Romanos 12: 1-8
¿Qué es lo normal? Bueno decimos que una persona o una conducta es normal cuando la llevan a cabo la mayoría o al menos un número significativo de personas dentro de una determinada comunidad.
Es más, la cultura en la que vivimos tiende muchas veces a aislar o a rechazar a la gente "diferente". Pero más allá de las costumbres, no estaría nada mal si nos preguntásemos si lo normal es necesariamente lo bueno, si lo normal es necesariamente lo mejor. Por ejemplo, podríamos decir que es normal que una persona, especialmente en invierno, tenga una gripe o un resfrío, es normal que alguien en algún momento de su vida tenga caries. Pero ningún médico competente afirmaría, contemplando a su paciente tirado en la cama con 39º de fiebre, que esa persona goza en ese momento de buena salud, ni un odontólogo diría que su paciente con varias caries posee una dentadura perfecta.
En la misma dirección, podemos decir que es normal que vivamos en las grandes ciudades tan apurados que no tengamos tiempo para mirar con atención a aquellos necesitados que se cruzan a nuestro paso, es normal que aquellos a quienes nosotros no le resultamos agradables no cuenten con nuestra mayor consideración, es normal que frente a una situación embarazosa respondamos con una respuesta poco sincera.
Es decir que lo que hace que una conducta sea normal tiene mucho que ver con pautas sociales y culturales cuya introyección determina la conducta de las personas. De manera tal que el concepto de normalidad de estadístico pasa a tener un status sociológico que definiría a lo normal por aquello que la sociedad espera que los individuos realicen.
La sociedad y la cultura establecen una pauta ideal a la que las personas deben ajustarse. La conducta de los individuos se acercará o se alejará de ese mandato cultural.
Pensar la normalidad, entonces, desde lo estadístico supone un criterio vinculado a lo que la mayoría hace, partiendo del hecho de que lo que esta realiza está relacionado con una pauta social. Definir lo normal desde lo estadístico supone saber lo que la cultura espera (o tolera) de las personas.
Pero hablar de pauta ideal, de mayor o menor proximidad respecto a la pauta ideal o esperada, nos hace ver que el criterio de normalidad incluye conceptos de valor. Pero lo que es aceptado por todos, o por la mayoría, no es suficientemente considerado desde una perspectiva crítica.
Probablemente, en esta problemática estaba pensando el Apóstol Pablo cuando escribiéndole a los Romanos les decía: "No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento para que comprobéis cuál es la voluntad de Dios, agradable y perfecta". Conformarse es la aceptación pasiva a algo o a alguien, pero también nos trae la idea de formarse con. Sería como aceptar un molde así como se adapta la masa a un molde que le dará forma a una comida determinada. Es eso justamente a lo que el Apóstol apunta.
¡Cuántas interpretaciones han sufrido textos bíblicos como este! A raíz de esto muchos vivieron la fe cristiana como un retirarse del mundo o de las problemáticas de la sociedad. Por el contrario, es el mundo el escenario para poner a prueba esta actitud cristiana donde el no conformarse se hace patente. Seguramente, Pablo tenía en mente al decir esto a la persona de Jesús. ¿Quién sino como Él vivió este "no conformarse" como una condición indispensable para andar conforme al Reino de Dios? Y porque vivió como vivió, porque hizo lo que hizo fue a la cruz. Es que la muerte de Cristo nos muestra que la salud de Dios, que la vida de acuerdo al Reino de Dios, es irritante para la normalidad humana.
El apóstol Pablo continúa este pasaje: "Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento para que comprobéis cual es la buena voluntad de Dios agradable y perfecta". Para no conformarse a este siglo no hay que aislarse, hay que convertirse.
Hace falta una nueva manera de pensar, nuevos impulsos en la dimensión del sentir, un nuevo y necesario estímulo para la acción.
Muchas veces el Apóstol habló sobre la conversión a no creyentes. En el libro de los Hechos y en sus Cartas encontramos pasajes que orientan en esa dirección. Pero en esta oportunidad se está dirigiendo a una iglesia. Le habla de convertirse a creyentes. Y con esta idea está proponiendo un concepto muy importante en relación con la conversión.
Hay un proceso de crecimiento en la vida del creyente, indispensable, que debe estar encaminado por la presencia del Espíritu que dinamiza esa fe y la pone en acción. Si este proceso no es permanente la vida cristiana se torna chata y limitada.
"Presentad vuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo, que es vuestro culto racional". No se trata solo del culto de los domingos. Se trata de la vida mirada en sí misma como un acto de adoración cotidiana. Para esto también existe la iglesia. No es casual que a renglón seguido que habla de no conformarse a este mundo, aparece el tema de la iglesia.
La iglesia es la comunidad de los que no se conforman a este siglo, la comunidad de los que ya empezaron a vivir este nuevo tiempo de Dios, la iglesia es la comunidad de los convertidos que están en el proceso de la conversión. Por eso el proceso de conversión necesita también de la experiencia de comunión.
Vivir en un mundo con modelos que niegan la presencia del Reino y que se meten en nuestra conducta, nos demos cuenta o no, hace que se haga difícil crecer en los valores del Reino aislados de otros creyentes que buscan lo mismo.
Por eso Pablo propone la conversión en relación con la comunión en un contexto de adoración. Para Pablo lo que legitima el culto de la comunidad es el culto cotidiano que se vive en este "no conformarse a este mundo" haciendo de nuestro cuerpo un viviente visible de tal adoración. Aquel que nos dio la vida, recibe de nosotros la vida como un acto de entrega. Se trata de poner el cuerpo. Muchos quieren entregar el Espíritu, pero no se mueven de donde están ni evolucionan.
Para Pablo, el verdadero culto es la ofrenda del cuerpo y de todo lo que se hace diariamente con Él a Dios. Es decir adorarle realmente es ofrecer a Él la vida de cada día, en la fábrica, en la escuela, en el negocio, en la familia, "no conformándonos a este siglo". Por eso, la idea de la iglesia como cuerpo vuelve a aparecer en este párrafo en forma práctica e integrada como ya había aparecido en otras cartas. Hacerse discípulo de Jesús es unirse a una nueva comunidad donde se viven los valores contraculturales del Reino de Dios.
Una comunidad cristiana que tome en serio las palabras del Apóstol generará espacios de crítica contracultural de todo aquello que aleja de la vida verdadera que Jesús vino a enseñar y dará a sus miembros, a través del discernimiento de dones, de la asistencia mutua y la promoción de actividades de aprendizaje, la fuerza y la motivación para mantenerse firmes renovando el entendimiento y buscando discernir "la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta".
Hugo N. Santos