Ante la lectura del libro de Job he podido constatar dos reacciones
muy diferentes entre los creyentes más conservadores. Por un lado una
aceptación total de todo aquello que se dice en el mismo; por el otro
una conmoción y miedo ante lo que el prólogo plantea.
El primer grupo de creyentes no tiene problema en considerar que lo
que se dice en este libro es una verdad revelada en todos sus detalles.
Parten de una idea de inspiración que se asemeja mucho a la imagen del
Todopoderoso proveyendo un libro ya terminado pero en vez de darlo
escrito desde los cielos lo haría dándolo a conocer al escritor de Job, a
quien por cierto no conocemos, en su mente. Sería algo así como una voz
no audible pero que llevaría al autor a plasmar, palabra por palabra,
lo que estaría recibiendo de forma sobrenatural. Debido a eso debería
interpretarse de forma literal y si alguna vez llegamos a enfrentar las
penurias y calamidades que el protagonista de esta historia padece
deberemos sacar precisamente las mismas conclusiones que este libro
provee.
El segundo grupo aborda la lectura de la misma forma, esto es con la
misma idea literalista de interpretación bíblica, pero en ellos se
produce la reacción contraria a la anterior. Si el primero lo aceptaba
todo sin más en este otro se crea un profundo desasosiego, incluso
miedo. Comprenden perfectamente lo que el prólogo en prosa dice y
precisamente por ello quedan fuertemente impresionados de las razones
que se dan para explicar tanto sufrimiento en este hombre. El decirles
que así es como Dios trata a sus hijos para que estos confíen y
profundicen más en su relación con Él es como echarles sal en la herida.
Por si fuera poco, el protagonista de esta obra maestra literaria no
era un creyente despreocupado, alguien relajado moralmente o en abierta
rebeldía, todo lo contrario. Es así como lo pone de manifiesto el libro,
se trata del hombre más justo del momento. Expresado de otra forma, era
el creyente que menos necesitaba de todos el trato divino, ante lo cual
las alarmas comienzan a saltar de nuevo. Si esto le sobrevino a él,
¿qué puede esperar el creyente medio del Dios bueno?
Recuerdo especialmente a una madre de dos pequeños que ante el simple
hecho de oír el nombre de Job se le cambiaba el semblante, se ponía muy
nerviosa. ¿Por qué para con ella Dios no podía dar el visto bueno para
que Satanás le arrebatara a sus dos pequeños? Su pregunta y eran
preocupación eran legítimas.
Durante mucho tiempo yo fui de los que perteneció al segundo grupo.
Intenté, en no pocas ocasiones, encajarlo todo para hacer que el
prólogo, que domina y condiciona el resto del libro, no dijera
precisamente lo que decía pero no me era posible. Es Dios quién le llama
la atención a Satán sobre su siervo Job, es el Todopoderoso quién le
describe lo justo y temeroso que era. Ante esta presentación divina de
nuestro protagonista Satán cuestiona que esta fidelidad sea en balde.
Este ser maligno sostendrá que es por causa de la mano protectora divina
por lo que Job es un hombre recto. Dios dará entonces su permiso para
que el desastre más terrible caiga sobre su hijo Job. Pero, ¿es así como
un buen padre actúa para enseñar algo a uno de sus hijos?
Llegó el momento no sólo de leer este libro. sino de estudiarlo de
tal forma que llegó a ser uno de los libros de las Escrituras al que más
tiempo le dediqué. Entonces apareció otra posibilidad de abordarlo.
Curiosamente fue de la mano de los autores más literalistas de donde
surgió la alternativa, ellos sencillamente se limitaban a apuntarla pero
personalmente me proveyó la clave. ¿Y si en vez de tratarse de hechos
exactos vistos desde los cielos y la tierra se trataba de una reflexión
de un creyente a la luz de una serie de hechos desconcertantes? ¿Y si en
vez de considerar el libro desde una extrema literalidad se trataba de
la consideración del autor, a la luz de la revelación que se tenía
entonces, del porqué a los buenos creyentes les pasan cosas terribles?
En definitiva, el autor habría abordado la cuestión del dolor, y en
concreto del sufrimiento de los hijos de Dios, no como resultado de una
revelación directa divina sino desde una perspectiva más humana, él, su
fe y la realidad. No se trataría por ello de que Dios le estuviera
hablando directamente, sino de todo lo contrario, él lo estaría haciendo
a Dios. No es que el autor tuviera una visión de lo que en los cielos
sucedía, sino que como no podía acceder a ellos meditó, pensó y el
resultado fue este libro.
En el comentario de
Matthew Henry traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva (1999) se dice:
El Diablo tanto mayor enemigo de Job cuanto más eminente era la
piedad de este, pidió y obtuvo permiso para atormentarle. Es posible y
aún probable, que la dramatización que el autor hace aquí de la
conversación entre Dios y Satanás sea parabólica, como la de Miqueas en 1
Reyes 22:19 ss., pero no desdeña en forma alguna la credibilidad del
libro de Job (p. 505). 1
José María Martínez apunta que “nada nos impide admitir que el
Espíritu Santo inspirador de la Sagrada Escritura, pudiera inducir al
autor a usar una parábola para darnos el gran mensaje contenido en Job.
Cristo mismo hizo uso de esta forma de ilustración” (1975. p. 20). 2
Así, y siguiendo la idea de una revelación progresiva, esta imagen
parabólica de Dios sería superada por la que Cristo presentó en el Nuevo
Testamento. Para Jesús su Padre no era alguien quien ante una petición
de uno de sus hijos era capaz de darle una serpiente en vez de pan. El
contraste es tremendo. ya que ante las peticiones de Job Dios habría
hecho esto precisamente, lo habría puesto en las manos de la Serpiente.
Pero además, ¿qué padre es el que para enseñarle algo a su hijo es capaz
de dar el visto bueno para que sus nietos mueran? ¿Qué padre sería
aquel que para hacer que uno de sus hijos confíe más en él dejaría que
éste viviera en la más absoluta miseria, sufrimiento y con una terrible
enfermedad? ¿Qué perfil de paternidad aparecería si un progenitor
dejara, bajo el argumento de amar a su hijo, que los sirvientes de éste
fueran asesinados? La respuesta es clara, se trataría de un psicópata.
No es este el caso de que no entendamos los caminos de Dios y sus
designios, ya que si tomamos este libro desde la literalidad de su
prólogo los mismos son claros. La imagen de Dios resultante es terrible,
y si un hombre, un padre, actuara así no se trataría de un enfermo
mental, sino de un enfermo moral. Sin embargo. si consideramos este
prólogo como un relato parabólico todo lo demás se resuelve. Para saber
cómo es nuestro Padre celestial la respuesta sería muy sencilla, vayamos
a Jesús y escuchemos su voz.
Una de las cuestiones que más llama la atención es que el literalismo
bíblico hace esto mismo con otro libro al que es del todo imposible,
aunque parezca increíble, tomar lo que dice tal y como aparece. Se trata
de uno de los libros más impresionantes de todas las Escrituras,
Eclesiastés. En él se dice, por ejemplo, lo siguiente:
- “No hay para el ser humano más felicidad que comer, beber y
disfrutar de su trabajo, pues he descubierto que también esto es un don
de Dios.” 2:24
- “Nadie sabe si el aliento vital de los seres humanos sube
arriba y el de los animales cae bajo tierra. Por eso, he descubierto que
para el ser humano no hay más felicidad que disfrutar de sus obras,
porque esa es su recompensa. Pues nadie lo traerá a ver lo que sucederá
después de él.” 3:21,22.
- “Esta es la felicidad que yo he encontrado: que conviene
comer, beber y disfrutar de todos los afanes y fatigas bajo el sol,
durante los contados días de vida que Dios da al ser humano, porque esa
es su recompensa.” 5:17.
- “Y he descubierto que la mujer es más amarga que la muerte:
es, en efecto, una trampa, su corazón un lazo y sus brazos una cadena.”
7:26.
- “Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no
saben nada, ni esperan recompensa, pues se olvida su memoria.” 9:5.
Podría seguir con los ejemplos pero estos son más que suficientes.
Todos están de acuerdo de que se trata de una serie de reflexiones del
autor del libro desde un profundo espíritu de pesimismo. Pero si tomamos
todas estas declaraciones tal cual tendríamos la negación frontal de
doctrinas esenciales de la fe cristiana. La solución es que se trata del
pensamiento de este autor a la luz de sus experiencias vitales pero que
no son revelaciones de Dios. Pues esto mismo es lo que planteo para Job
ya que de lo contrario se negaría la imagen misma que quiso enseñar el
propio Jesús.
Si consideramos a Job como una especie de parábola, cuyo núcleo es la
experiencia real de un hombre llamado Job, aquella creyente, madre de
dos hijos y tantos otros cristianos, dejarían de temer a este Dios que
les pide mucho más de lo que ellos podrían soportar. De esta forma mucho
sin sentido, temor y frustración se deshace y los cielos vuelven a
brillar ante un Padre celestial, que como dijo el propio Jesús, sólo Él,
y únicamente Él, es digno de llamarse Bueno.
¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro
Padre que está en los cielos se las dará también a quienes se las pidan!
(Jesús).
Alfonso Ranchal.
- Henry, M. (1999). Comentario Bíblico de Matthew Henry. Traducido y adaptado al castellano por Francisco Lacueva. Terrasa (Barcelona): CLIE.
- Martínez, J. M. (1989). Job, la fe en conflicto. Tercera edición. Terrassa (Barcelona): CLIE.