Juan 6: 51-58
Según el relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces
de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús, escandalizados por
el lenguaje agresivo que emplea: "¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?". Jesús no retira su afirmación sino que da a sus palabras un
contenido más profundo.
El núcleo de su exposición nos permite adentrarnos en la
experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al celebrar la
eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él, sino que
han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La eucaristía es una
experiencia central en sus seguidores de Jesús.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter
fundamental e indispensable: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre
es verdadera bebida". Si los discípulos no se alimentan de él, podrán
hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: "No
tenéis vida en vosotros".
Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos
de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus
criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo
conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y
de su amor a sus hijos.
El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien
sabe alimentarse de él, le hace esta promesa: "Ese habita en mí y yo en
él". Quien se nutre de la eucaristía experimenta que su relación con
Jesús no es algo externo. Jesús no es un modelo de vida que imitamos desde
fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.
Esta experiencia de "habitar" en Jesús y dejar que
Jesús "habite" en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese
intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras,
constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirle
sostenidos por su fuerza vital.
La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la
eucaristía es la que él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida
plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte biológica. Por eso se
atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: "El que come este pan
vivirá para siempre".
Sin duda, el signo más grave de la crisis de la fe cristiana
entre nosotros es el abandono tan generalizado de la eucaristía dominical. Para
quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la eucaristía va perdiendo su poder
de atracción. Pero es más doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a
este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué?
José Antonio Pagola
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