Ustedes son la sal de la tierra...
Mateo
5:13
Cuando llegué a Zaragoza para servir como
pastor, me pregunté ¿Qué cosas necesito para iniciar el trabajo en la iglesia?
La respuesta era sencilla si hacia una lista de las cosas que había y las
que no había.
Ya existía, por ejemplo, un edificio con
una cruz en la fachada. Había un pastor que dirigiera el culto dominical como
bien habían enfatizado los miembros del Consejo local cuando habíamos tenido la
entrevista previa. No había un sistema de sonido en la capilla; pero si un
viejo órgano eléctrico. Teníamos un aula para el cuidado de niños y así no
molestaban a los adultos en la capilla. Y había una oficina con dos librerías donde
armar un buen sermón.
Había otras cosas que yo deseaba según mi
eclesiología reformada y otras que las hubiera tirado a la basura directamente,
pero éstas, que puse en la lista, eran las esenciales. No podemos tener una
iglesia sin ellas: un local, un culto dominical, una escuela dominical.
Todos los cristianos saben que necesitan un edificio, un buen sermón,
una alabanza y un programa para niños. Otros elementos son discutibles,
pero estos son los imprescindibles. No sé si lo había dicho antes, pero para
entonces en la iglesia de Zaragoza había diez y seis adultos y una niña de
cinco años.
Pero había otra pregunta que me ha estado acosando
en los últimos años y no me deja cerrar los ojos cuando la noche llega: ¿Son
estás cosas lo que dicen las Escrituras que es la iglesia? No responderé a esta pregunta. A veces no
responder es la mejor manera que tenemos de decir que no.
La iglesia de Zaragoza y yo simplemente repetíamos
el modelo que otras iglesias de medio mundo poseen. Reproducir lo que
conocemos. Por años no pensé ni una sola vez acerca de esto. Simplemente me dí
a la tarea de repetir lo que me ofrecía seguridad. Pero cuando miro atrás
reconozco que fue un error no haber consultado las Escrituras.
Si hubiera
consultado las Escrituras, probablemente, habría propiciado un grupo que
enfatizara el amor de los unos por los otros y el hacer discípulos. Y no nos hubiéramos
dedicado en cuerpo y alma en mantener una congregación reformada políticamente aceptada
por todos. Pero en realidad por mucho tiempo nuestra celebración, muy sui generis, dejó poco espacio para las
emociones y para la misión. Y con los años se convirtió en la celebración
dominical más concurrida de las iglesias de la IEE del Norte. Fue un éxito.
El problema es que habíamos asociamos el éxito con la asistencia de
muchas personas a la celebración, con el disfrute de la misma y con el recibir
algún tipo de beneficio personal.
¿Qué es el éxito?
¿Cómo lo definiríamos si la Biblia fuera el único parámetro por el cual
juzgáramos nuestra comunidad?
Hacerse preguntas y remitirse al texto bíblico
fue el recurso de los primeros reformados del s. XVI. Despúes se convirtió en uno de los principios protestantes. Esta manera de iniciar un
proyecto considerando sólo las Escrituras es lo que comúnmente llamamos exégesis.
Una de las primeras cosas que te enseñan en el Seminario es a hacer una
exegesis. Exégesis a partir con un pasaje de la Escritura y extraer el significado
directamente del texto, ya sea una explicación práctica o una interpretación
crítica. La exégesis busca la objetividad. Y nos acercamos al texto bíblico
sin nociones prefabricadas.
Pero una cosa es estar el domingo en la
iglesia y hacer una buena exegesis bíblica y otra, muy distinta, es la vida
nuestra de cada día. Esa, la que implica estar fuera del salero.
(continuará)
Augusto G. Milián