sábado, 30 de julio de 2011

Nuestras necesidades y la de los demás.

Mateo 14,13-21

Mateo introduce su relato diciendo que Jesús, al ver el gentío que lo ha seguido por tierra desde sus pueblos hasta aquel lugar solitario, «se conmovió hasta las entrañas». No es un detalle pintoresco del narrador. La compasión hacia esa gente donde hay muchas mujeres y niños, es lo que va a inspirar toda la actuación de Jesús.

De hecho, Jesús no se dedica a predicarles su mensaje. Nada se dice de su enseñanza. Jesús está pendiente de sus necesidades. El evangelista solo habla de sus gestos de bondad y cercanía. Lo único que hace en aquel lugar desértico es «curar» a los enfermos y «dar de comer» a la gente.

El momento es difícil. Se encuentran en un lugar despoblado donde no hay comida ni alojamiento. Es muy tarde y la noche está cerca. El diálogo entre los discípulos y Jesús nos va revelar la actitud del Profeta de la compasión: sus seguidores no han de desentenderse de los problemas materiales de la gente. Los discípulos le hacen una sugerencia llena de realismo: «Despide a la multitud», que se vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús reacciona de manera inesperada. No quiere que se vayan en esas condiciones, sino que se queden junto a él. Esa pobre gente es la que más le necesita. Entonces les ordena lo imposible: «Dadles vosotros de comer».

De nuevo los discípulos le hacen una llamada al realismo: «No tenemos más que cinco panes y dos peces». No es posible alimentar con tan poco el hambre de tantos. Pero Jesús no los puede abandonar. Sus discípulos han de aprender a ser más sensibles a los sufrimientos de la gente. Por eso, les pide que le traigan lo poco que tienen.

Al final, es Jesús quien los alimenta a todos y son sus discípulos los que dan de comer a la gente. En manos de Jesús lo poco se convierte en mucho. Aquella aportación tan pequeña e insuficiente adquiere con Jesús una fecundidad sorprendente.

No hemos de olvidar los cristianos que la compasión de Jesús ha de estar siempre en el centro de su Iglesia como principio inspirador de todo lo que hacemos. Nos alejamos de Jesús siempre que reducimos la fe a un falso espiritualismo que nos lleva a desentendernos de los problemas materiales de las personas.

En nuestras comunidades cristianas son hoy más necesarios los gestos de solidaridad que las palabras hermosas. Hemos de descubrir también nosotros que con poco se puede hacer mucho. Jesús puede multiplicar nuestros pequeños gestos solidarios y darles una eficacia grande. Lo importante es no desentendernos de nadie que necesite acogida y ayuda.

José Antonio Pagola

sábado, 23 de julio de 2011

La tradición apostólica.

Lo más importante de su vida es la resurrección, que no ha de entenderse simplemente como una revivificación de su cuerpo, sino como la comprobación de su presencia y acción real en el mundo. Pablo llega a decirnos que incluso podemos olvidar los hechos de su vida, porque lo determinante no es su enseñanza, sino la comunión con él, es decir, la “nueva criatura en Cristo” (2 Co 5,16). Los que están en Cristo son una nueva creación, “las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas”. Viven, aquí y ahora, una relación personal e intransferible con el Cristo, que puede definirse como “morir con Cristo para resucitar con él”. Escribiendo a los gálatas, Pablo les dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado y vivo no ya yo, sino que Cristo vive en mi” (Gá 2,20) y, en su primera carta a los corintos (2,16), afirma que nosotros los creyentes “tenemos la mente de Cristo”.

Nuestra fe no puede, por tanto, ser definida como la religión del libro, o la de los practicantes de una doctrina que tiene más de dos mil años de historia. Hay un salto histórico que nos lleva a una relación directa y personal con el Cristo resucitado. Es cierto que el conocimiento de Cristo ha llegado hasta nosotros después de toda nuestra historia, pero no lo ha hecho principalmente mediante doctrinas o dogmas de fe, sino de boca a boca, de corazón a corazón, en una cadena de testigos en la que cada uno de ellos enlaza directamente con Cristo y de él recibe su fuerza y su vida.

El cristiano es siempre testigo, es decir, alguien que ha comprobado y vivido aquello que anuncia y llama a los que le escuchan a acercarse a Cristo en una relación personal con él: “ven y ve” (Jn 1,46). Sólo se puede ser cristiano a este nivel, el de la experiencia personal, el de la comunión con Cristo. Cualquier otro tipo de cristianismo que no tenga esto en el centro, será parte de la religión cristiana, pero no vida cristiana.

Todo esto quizás signifique un cambio radical de rumbo en la vida e historia de la iglesia. No lo ha de ser forzosamente siempre que relativicemos las conclusiones de nuestra dogmática. La investigación bíblica y la reflexión teológica a lo largo de los siglos, no ha sido en vano. Nuestro encuentro con el Cristo resucitado nos llama a la investigación sobre las raíces de nuestra fe y, especialmente, sobre la figura de Cristo. El problema no es que esto se haya hecho, sino que sus conclusiones hayan sido puestas como normativas en el centro de la vida de la Iglesia. La recta formulación de la doctrina ha venido a substituir, en la práctica, el testimonio apostólico. La fe se ha convertido en conocimiento, la vida en Cristo ha degenerado en prácticas tradicionales. Lo santo, lo intocable, ya no es la vivencia de la fe, sino la doctrina. No conformarse a la doctrina, especialmente la definida por los concilios ecuménicos, puede significar ser apartado de la comunión, ser echado fuera a las tinieblas del mal, o ser torturado o quemado vivo Y esto, católicos y protestantes. El concepto de herejía en la iglesia católica o de liberalismo teológico, en los fundamentalistas evangelicales, ha sido determinante para negar el derecho de pertenencia al cuerpo visible de la iglesia. Hay una feroz oposición a la disidencia. Ser cristiano ha venido a significar conformarse a las normas, es decir, devenir una religión más en el mundo de las religiones. Y esto acontece cuando apelamos sólo a la letra, ya que la letra mata, pero el espíritu da vida” (2 Co 3,6).

Los creyentes tenemos un magnífico tesoro en las escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los hombres y mujeres que están detrás de estos libros son testigos de la fe. Algunos la vivieron anticipadamente, aguardando su cumplimiento, otros tuvieron el privilegio de acercarse personalmente a Cristo. Todos fueron importantes, pero si los situamos entre nosotros y Cristo, convirtiéndoles en sus mediadores, nos estamos alejando del testimonio apostólico y nos apartamos del “sólo Cristo” que define nuestra fe.

Jamás debemos olvidar que el centro de la vida cristiana es una relación directa y personal con el Cristo resucitado, que no necesita de ninguna mediación. Hay una historia en nuestro devenir cristiano, pero esta historia no incluye las formulaciones doctrinales inamovibles, sino el testimonio personal de aquellos que han vivido la fe a nivel de experiencia personal. Nos contagiaron el amor a Cristo y, nosotros somos llamados a contagiar a otros, de boca a boca, de corazón a corazón.

Enric Cap

viernes, 22 de julio de 2011

Definiendo la iglesia misionera. Parte II

En nuestra entrega anterior intentamos definir lo que es ser “iglesia misional” y la idea de percibir este concepto como un cambio de paradigma. En esta oportunidad profundizamos un poco más en el tema y para ello intentaremos elaborar una lista de lo que implica ser una “iglesia misional” y otra lista que con lo que no es ser “iglesia misional”. Además tomamos algunos aspectos de J.R. Woodward que definen su perspectiva en cuanto a este tema.

Lo que significa ser iglesia misional: La iglesia misional la forman un grupo de creyentes que trabajan para lograr la “mision dei”. La iglesia misional es un lugar donde las personas exploran y redescubren el significado de ser enviados por Jesús a proclamar el Reino a las personas que tienen su misma identidad y vocación. La iglesia misional son comunidades de fe que quieren vivir su fe en el entorno natural donde se desenvuelven. La iglesia misional quiere hacer misión en su contexto. La iglesia misional entiende que Dios está presente en la cultura. Por lo tanto su propósito no es llevar a Dios a la cultura o llevarse a los individuos fuera de la cultura a espacios sagrados. La iglesia misional tiene un compromiso con la cultura (estar en el mundo) sin que esto implique ser envueltos en la misma (no ser del mundo), y por lo tanto su deseo es ser una iglesia indígena. La iglesia misional significa algo más que ser contextual, se trata de descubrir la esencia de lo que es ser iglesia.La iglesia misional es evangelística y proclama el Evangelio al mundo. Para ella las palabras no son suficientes puesto que el Evangelio implica servicio y comunidad. La iglesia misional busca plantar comunidades misionales de todo tipo. La iglesia misional da un papel fundamental a la integridad, la moral, la conducta y la compasión que dan crédito al testimonio verbal. La iglesia misional depende totalmente de Dios y se mueve en lo sobrenatural. La iglesia misional alinea todas sus actividades a la “missio dei” (misión de Dios). La iglesia misional es ortodoxa en su forma de entender las escrituras, pero a la vez culturalmente relevante en la forma como la practica. La iglesia misional busca descubrir los dones de sus miembros y depende más en personas con dones que personas con talentos aprendidos. La iglesia misional es una comunidad sanadora en la que sus miembros aprenden a sobrellevar las cargas de todos y se ayudan mutuamente en la restauración.

Lo que no es la iglesia misionera: La iglesia misionera no es un conjunto de bienes y servicios religiosos o un lugar donde la gente acude semanalmente para revisarse espiritualmente. La iglesia misional no es un lugar donde acuden los cristianos para alimentarse y satisfacer sus necesidades. La iglesia misional no es un lugar donde se contratan a líderes “profesionales” para realizar el trabajo de la iglesia. La iglesia misional no es una iglesia con un “buen programa de misiones”. Su gente es el programa de misiones para ir Jerusalén, Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. La iglesia misional no es una nueva estrategia de evangelismo. La iglesia misional es misional no sólo porque es joven y postmoderna.


JR Woodward en su libro “Dream Awakener” (Despertador de sueños) explica su perspectiva que nos ayuda a entender lo que conlleva ser misional. A continuación algunos puntos interesantes. ¿A qué se parece la iglesia misional? Y responde. No pone su enfoque en el número de personas que vienen a los servicios de la iglesia, sino a la cantidad de personas que se ministran y se ayudan. No pone su enfoque en cuántas personas asisten a su ministerio, sino en la cantidad de personas que se han equipado para el ministerio. No se enfoca en cuántos se ministran dentro, sino más bien en cuántos se ministran fuera. No busca simplemente ayudar a las personas a ser íntegros, sino en ayudarles en ser íntegros en el mundo en relación a la justicia social. No se enfoca sólo en cuántos incrédulos llegan a la comunidad, sino también cuántos creyentes viven en comunidad sanamente. No sólo se enfoca en sanar las heridas del pasado de los creyentes sino que busca que vivan en la plenitud del Espíritu. No sólo cuenta los recursos que Dios ha dado, sino como se utilizan esos recursos para el bien del prójimo que está en el mundo. No sólo busca conectar con la cultura que la rodea, sino que también se compromete con la cultura de su entorno. No busca simplemente producir paz a los individuos, sino busca producir paz en el mundo. No sólo busca eficacia en su misión, sino ser fiel a Dios. No sólo busca el bienestar del país donde se desarrolla, sino que también se preocupa por el bienestar de otros países. No sólo busca traer personas al Reino sino también como expandir el Reino de Dios en la tierra.

Lutheran Chuch

Definiendo la iglesia misionera. Parte I


Antes de exponer el tema descrito en el título vamos a definir lo que en este artículo entendemos por “iglesia”. Definiremos iglesia al pueblo de Dios, es decir a los llamados que han sido llamados a ser portadores de la Presencia de Dios en el mundo. Es por eso que nuestra intención al leer este artículo es que el lector cuando vea la palabra “iglesia” la relacione consigo mismo y la relacione también con aquellos que le rodean y que comparten su fe en su vida diaria. No nos estamos refiriendo a un espacio físico, ni a denominación alguna.


En un artículo titulado “La ‘Iglesia Misional’: un modelo para las iglesias canadienses”, David Horrox dice: “La Iglesia debe dejar de imitar a la cultura que le rodea y convertirse en una comunidad alternativa, con un conjunto creencias, valores y comportamientos diferentes. Sus miembros dejan de realizar actividades de mercadeo y las iglesias dejan de enfocarse en programas para servir a sus miembros. Se debe rechazar la metodología para evaluar a las iglesias con ‘éxito’ que se base en las que tienen edificios más grandes, más gente, mayores presupuestos, mayor cantidad de ministros y con mayor cantidad de programas y actividades para servir a sus miembros. Por ello se debe adoptar una evaluación con nuevos criterios a considerar como por ejemplo: ¿Hasta qué punto nuestra iglesia es una congregación “enviada” porque cada creyente está llegando a su comunidad? ¿Hasta qué punto nuestra iglesia impacta a la comunidad por el mensaje cristiano que desafía los valores de nuestra sociedad secular? “


Dan Kimball en “La Iglesia Emergente” (The Emerging Church” – Zondervan, 2003) describe que la iglesia misional es “un grupo de personas enviadas con la misión de reunirse en comunidad para adorar, animarse y aprender de la Palabra de Dios como suplemento del alimento que ellos mismos comen durante la semana”. Tanto Horrox como Kimball reflejan la esencia de lo que significa ser misional. Sin embargo hemos de profundizar un poco más en este tema para que podamos entender lo que significa ser misional en nuestras vidas y en las vidas de los que nos rodean.


Antes de proseguir debemos hacer una advertencia. Alan Hirsch afirma que en los últimos años la palabra “misional” ha sido adoptada por los que desean etiquetarse con palabras de moda para describir lo que ellos hacen, sean estas personas misionales o no. A menudo se utiliza la palabra “misional” en sustitución a “abierto a los que están buscando” (seeker-friendly), al programa de células de la iglesia o a otro concepto de iglecrecimiento. Esto está diluyendo el signficado original de “misional” porque usualmente se asocia con una fase o un programa. También erramos al ver la “iglesia misional” como un movimiento porque en realidad es la expresión de lo que la “ekklesia” de Cristo es y esta llamada a ser. En su esencia, misional es un cambio en el pensamiento.


Con esta premisa revisamos también lo que dicen E. Stetzer y David Putman en su libro “Breaking the Code Misional” (Broadman & Holman, 2006). Ser misional significa pasar: De los programas y actividades a los procesos. De los aspectos demográficos al discernimiento. De los modelos a las misiones. De lo que atrae (atraccional) a lo encarnacional. De la uniformidad a la diversidad. De lo profesional a lo apasionado. De estar sentados a ser enviados. De las decisiones a los discípulos. De lo adicional a lo exponencial. De los monumentos y locales al movimiento. De los cultos al servicio.

De la organización a la persona


Este cambio de paradigma es muy difícil porque estamos acostumbrados a concebir el cristianismo desde la perspectiva evangélica y para romperlo debemos explorar lo que significa ser misional desde la narrativa bíblica.esús nos ha dicho de ir al mundo y ser sus embajadores, pero hoy muchas iglesias sin darse cuenta han cambiado el mandato ‘id y sed’ por “venid y ved. Hemos crecido apegados a locales, programas, personal, y una gran variedad de buenos servicios para atraer y entretener a las personas. El término misional nos ayuda a describir lo que pasa cuando cambiamos la invitación “ven a nosotros” por “vamos hacia ellos”. Es una vida donde “el estilo de Jesús’ nos enseña y transforma radicalmente nuestra existencia enfocados a vivir en forma sacrificada para Él y para los demás, así como a adoptar una actitud misionera en relación a nuestra cultura. Es esto lo que nos define la verdadera naturaleza del seguidor de Jesús.


Lutheran Chuch

jueves, 21 de julio de 2011

Un Dios sin atractivo.

UN DIOS SIN ATRACTIVO
Mateo 13, 44-52

Jesús trataba de comunicar a la gente su experiencia de Dios y de su gran proyecto de ir haciendo un mundo más digno y dichoso para todos. No siempre lograba despertar su entusiasmo. Estaban demasiado acostumbrados a oír hablar de un Dios sólo preocupado por la Ley, el cumplimiento del sábado o los sacrificios del Templo.

Jesús les contó dos pequeñas parábolas para sacudir su indiferencia. Quería despertar en ellos el deseo de Dios. Les quería hacer ver que encontrarse con lo que él llamaba "reino de Dios" era algo mucho más grande que lo que vivían los sábados en la sinagoga del pueblo: Dios puede ser un descubrimiento inesperado, una sorpresa grande.

En las dos parábolas la estructura es la misma. En el primer relato, un labrador «encuentra» un tesoro escondido en el campo... Lleno de alegría, «vende todo lo que tiene» y compra el campo. En el segundo relato, un comerciante en perlas finas «encuentra» una perla de gran valor... Sin dudarlo, «vende todo lo que tiene» y compra la perla.

Algo así sucede con el «reino de Dios» escondido en Jesús, su mensaje y su actuación. Ese Dios resulta tan atractivo, inesperado y sorprendente que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más hondo de su ser. Ya nada puede ser como antes.

Por primera vez, empezamos a sentir que Dios nos atrae de verdad. No puede haber nada más grande para alentar y orientar la existencia. El "reino de Dios" cambia nuestra forma de ver las cosas. Empezamos a creer en Dios de manera diferente. Ahora sabemos por qué vivir y para qué.

A nuestra religión le falta el "atractivo de Dios". Muchos cristianos se relacionan con él por obligación, por miedo, por costumbre, por deber..., pero no porque se sientan atraídos por él. Tarde o temprano pueden terminar abandonando esa religión.

A muchos cristianos se les ha presentado una imagen tan deformada de Dios y de la relación que podemos vivir con él, que la experiencia religiosa les resulta inaceptable e incluso insoportable. No pocas personas están abandonando ahora mismo a Dios porque no pueden vivir ya por más tiempo en un clima religioso insano, impregnado de culpas, amenazas, prohibiciones o castigos.

Cada domingo, miles y miles de presbíteros y obispos predicamos el Evangelio, comentando las parábolas de Jesús y sus gestos de bondad a millones y millones de creyentes. ¿Qué experiencia de Dios comunicamos? ¿Qué imagen transmitimos del Padre y de su reino? ¿Atraemos los corazones hacia el Dios revelado en Jesús? ¿Los alejamos de su misterio de Bondad?

José Antonio Pagola

El valor de las cosas.

Mt 13,44-52

El evangelio nos propone las tres últimas parábolas del capítulo 13 de Mt. comentaremos las dos primeras que tienen un mismo mensaje. Si descubrimos lo que más vale, aseguramos el primer objetivo de nuestra voluntad, porque la voluntad no puede ser movida más que por el bien, descubierto como tal y en el caso de dos bienes siempre será movida por el mayor. Conocer lo que Dios es en mí, es descubrir el tesoro. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una experiencia en lo más hondo de mi ser. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está fuera, y que además nos da seguridades materiales; ese es un camino equivocado que no nos puede conducir al la meta.

Menos mal que Mt (la comunidad) no se atrevió a alegorizarlas. No lo tenía fácil. El mensaje es idéntico en las dos; la única diferencias es que en un caso, el encuentro es fortuito. Y en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre. No se puede valorar el tesoro ni la perla de un vistazo. La verdad es que me siento muy a gusto con el mensaje de estas dos parábolas porque apuntan a los dos ejes de mi predicación: por una parte que la plenitud es fruto de un conocimiento. Por otra, que la realidad descubierta, está dentro de cada uno de nosotros.

La parábola, al contrario de la alegoría, no juzga la moralidad de las acciones narradas; simplemente propone unos hechos para que nosotros nos traslademos a otro ámbito. En efecto, tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo tanto injusta (aunque legal). Los dos se aprovechan de unos conocimientos privilegiados para engañar al vecino. Los dos actúan, no por desprendimiento, como se quiere hacer ver, sino por egoísmo. “Renuncian” a unos vienes para conseguir más bienes. No es su objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida material mejor, engañando.

En estas dos parábolas vemos bien claro, cómo no se puede aprovechar todo lo que dicen. Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado. El mensaje es muy concreto. El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que tiene y compra”. Nadie puede vender todo lo que tiene para comprar un campo o una piedra preciosa. Sería sencillamente una locura. Si vende todo lo que tiene para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente? ¿Dónde viviría? Esa imposibilidad radical en el orden material, es precisamente lo que nos hace saltar a otro orden. Ahí está la clave del mensaje.

Hay dos elementos de la parábola, que nos dan la clave del mensaje. El primero es el abismo que existe entre lo que tienen y lo que descubren. El segundo es la alegría que les produce el hallazgo. Cuando ponemos el acento en otra parte, tergiversamos la parábola. Yo la haría todavía más simple: Un campesino pobre que sólo tiene un pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo buscando mayor productividad, de repente, encuentra en su propio campo un tesoro... O un comerciante de perlas que un día descubre entre las que tiene almacenadas, una de inmenso valor... Evitaríamos así que se ponga el énfasis en la venta (renuncia) de todo lo que tiene, que no es el objetivo de la parábola.

Son dos parábolas, que explican por qué no damos un paso en nuestra vida espiritual. No hemos descubierto el tesoro entre los bienes que ya poseemos. Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada, absoluta¬mente nada vamos a conseguir si previamente no descubrimos el tesoro. Nuestra principal tarea será tomar conciencia de lo que somos. Si lo descubrimos, prácticamen¬te está todo hecho. La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía ninguna de encontrarlo.

Hay un ancestral relato oriental que nos puede ayudar a comprender las parábolas de hoy: “Cuando los dioses crearon al hombre, pusieron en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían esconder esa divinidad que le habían dado. Uno se levantó y dijo: pongámosla en la cima de la montaña más alta. Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con ella. Otro dijo: La pondremos en lo más hondo del océano. Pero alguien respondió: No, que terminará bajando a lo más hondo y la descubrirá. Por fin dijo uno: ¡Ya sé donde la esconderemos! La pondremos en lo más hondo de su corazón. Allí nunca la buscará”. ¡Qué razón tenía!

En primer lugar, tenemos que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todos los santos padres. Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Éste es el principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”. Tampoco la Escritura puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto estas interpretaciones de las parábolas. La Escritura es el mapa, que nos puede conducir al tesoro, pero no es el tesoro. Tampoco podemos presentar a la Iglesia como tesoro o perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar (a veces muy hondo) para encontrar el tesoro.

La alegría es uno de los elementos a destacar en el relato. Pero los dos se alegran porque van a ser inmensamente ricos, no porque hayan descubierto otros valores. Jesús no pide más perfección, más santidad, sino más alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que produce felicidad en ti y en los demás. Solamente es negativa la alegría que se consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin esfuerzo no hay progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que sumirme en la alegría de ser más. Lo que el evangelio valora no es el hecho de renunciar. Lo que me tiene que hacer feliz, es el conseguir mi plenitud. Si mi dios hace más infeliz mi vida, es que no hemos encontrado el tesoro.

La diferencia entre el valor del Reino y los valores terrenos estriba que el primero enriquece al que lo encuentra y a los demás; el segundo se consigue a costa de pobreza para los demás. El valor auténtico aporta una alegría continuada. Los valores terrenos aportan una alegría pasajera y que además se consigue con la tristeza de muchos.

El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que son todas las demás criaturas. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. El Reino que es Dios está en mí. Esa presencia es el valor supremo. En la manera de actuar Jesús descubrimos que el hombre es el valor supremo. En cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes. El tesoro, la perla no representan valores supremos, sino una realidad que está más allá de toda valoración. El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino que potencian el valor de todo lo bueno. Presentar a Dios como contrario a otros valores, es la mejor manera de hacerle ídolo. Si soy capaz de ver a Dios en todo, evitaré toda idolatría, y seré libre para vivir una vida verdaderamente humana. No es que todas las cosas palidezcan ante el Reino, (como he leído en una homilía) es precisamente lo contrario. Todo se ilumina cuando pones en el centro de tu vida el Reino que es Dios. No se trata de renuncia, ni de sacrificio. Dios no puede querer que renunciemos a nada, sino que vivamos todo en plenitud.

No es fácil descubrir el auténtico valor. Nos ha tocado vivir en una sociedad que funciona a base de engaños. Si fuésemos capaces de llamar a las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿cuántos seguirían creyendo? Si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los valores supremos, nuestra sociedad quedaría paralizada. Solo lo que me hace más humano, y en la medida en que me haga más humano, será positivo. No se trata de fastidiarme aquí y ahora para alcanzar un más allá, sino de encontrar aquí y ahora una plenitud de vida humana. Pablo dice: “A los que buscan a Dios, todo les sirve para el bien”. El “ama y haz lo que quieras” de S. Agustín.

Tener la referencia del valor supremo, me permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar lo demás, sino de tener clara una escala de valores. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre un bien y un mal. Radicalmente equivocado. Lo que hay que tener muy claro es cuales son las prioridades, dentro de los valores, y que valores son en realidad falsos.

Jose A. Pagola

jueves, 14 de julio de 2011

No es tiempo de arrancar

Mt 13, 24-43

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mt narra en el capítulo 13 como decíamos el domingo pasado, se trata de un contexto artificial. No tiene mayor importancia porque la parábola tiene su valor por sí misma, independientemente del momento o lugar en que se pronuncie. Como todas las parábolas se trata de un relato completamente inofensivo por sí mismo, pero que, descubriendo la intención del que la relata, puede llevarnos a una reflexión muy seria sobre la manera que tenemos de catalogar a las personas en dos categorías excluyentes: buenos y malos.

Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla en su campo, la cizaña tiene un origen muy distinto. Según aquella mentalidad, hay un enemigo del hombre empeñado en que no alcance su plenitud. Hoy sabemos que la hipótesis del maniqueísmo es innecesaria. Durante milenios el hombre trató de buscar una respuesta al interrogante que plantea la existencia del mal. Hoy sabemos que no tiene que venir ningún maligno a sembrar mala semilla. La limitación que nos acompaña como criaturas, da razón suficiente para explicar los fallos que en toda vida human se van manifestando.

El ser vivo arrastra tres mil ochocientos millones de años de evolución que ha ido siempre en la dirección de la supervivencia del individuo y de su especie. A ese objetivo estaba sometido cualquier otro logro evolutivo. Al aparecer la especie humana, descubre que hay un objetivo más valioso que el de la simple supervivencia. Al intentar caminar a esa nueva plenitud de ser que se le abre en el horizonte, el ser humano tropieza con esa enorme inercia que le empuja al objetivo puramente egoísta. En cuanto se duerme un poco, aparece la fuerza que le arrastra en la dirección equivocada.

El objetivo de subsistencia individual y el nuevo horizonte de unidad que se le abre al ser humano no son contradictorios. En el noventa por ciento deben coincidir. Pero esa pequeña proporción que les diferencia no es fácil de apreciar. Como en el caso de la cizaña y el trigo, solo cuando llega la hora de dar fruto queda patente lo que los distingue. Es inútil todo intento de dilucidad teóricamente lo que es bueno o lo que es malo. La mayoría de las veces el hombre solo descubre lo bueno o lo malo después de innumerables intentos por acertar en su caminara hacia la meta.

Podíamos decir que el bien biológico individualista sería siempre bueno mientras no vaya contra el bien de los demás. Todo el esfuerzo que haga el ser humano por vivir mejor de lo que vive en una época determinada, sería estupendo si toda mejora alcanzara a todos los hombres, y no se consiguiera el bien de unos pocos a costa del mal de muchos. En el mundo que nos ha tocado vivir, podemos descubrir esa contradicción. El hombre, buscando su plenitud como individuo, arruina su plenitud como ser humano.

El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo. “dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Lo lógico sería que se ordenara arrancar la cizaña en cuanto se descubriera en el trigo, para que no disminuyera la cosecha. Pero resulta que contra toda lógica el amo ordena a los criados que no arranquen la cizaña, sino que la dejen crecer con el trigo. Este quiebro, es el que debe hacernos pensar. No es que el dueño del campo se haya vuelto loco, es que el que relata la parábola quiere hacernos ver que otra visión de la realidad es posible y plausible.

No les deja crecer juntos porque el señor se siente generoso y perdona la vida a los malos. Tampoco se trata de tener paciencia hasta que la justicia de Dios actúe. No, se trata de reconocer la condición humana y dejar abiertas sus posibilidades de crecer. El evangelio no secunda la primera lectura cuando dice que Dios es grande cuando perdona. Jesús va mucho más allá. Para él Dios no tiene nada que perdonar. Esta idea va en contra de todo lo que se nos ha enseñado durante siglos y nos va a costar mucho aceptarla tal como nos la trasmite el evangelio. Dios no puede premiar ni castigar “a posteriori”, porque se ha dado a cada uno antes de que lleguemos a la existencia.

No la arranquéis, que podríais arrancar también el trigo. Aquí encontramos la profundidad del mensaje. La cizaña es una hierba muy parecida al trigo, y no se puede distinguir de él hasta que no produce el fruto. Pero aunque se distinga perfectamente una de otra, al intentar arrancarla, se puede arrancar sin querer el trigo porque las raíces de ambas plantas están completamente entrelazadas, si tiras de la cizaña, el trigo puede ser arrancado sin pretenderlo. Pretender separarlo mientras están creciendo puede arruinar la posibilidad de crecimiento del trigo y malograr la cosecha.

No solo es imposible distinguir la caña de cizaña de la del trigo hasta que no da el fruto, sino que, aplicado al ser humano, la cosa se complica hasta el infinito, porque en cada uno de nosotros coexisten juntos cizaña y trigo. Esta mezcla inextricable no es un defecto de fabricación, como se ha hecho creer con mucha frecuencia; por el contrario se trata de nuestra misma naturaleza. Dejaríamos de ser humanos si anularan nuestra posibilidad de fallar y de acertar. No solo es completamente absurdo el considerar a uno bueno y a otro malo, sino que el solo pensar que una persona se pueda considerar “buena” es descabellado. El que presuma de ser trigo limpio o es un ignorante o es un impostor. Las dos cosas son nefastas en orden a alcanzar la plenitud.

Hay otro aspecto que puede resultar interesante al aplicar la parábola al ser humano. Nadie es esencialmente bueno ni malo. Todo ser humano va desplegando la bondad que hay en él a través de su vida. Esto tiene consecuencias tremendas a la hora de aplicar la parábola. No sólo conviven en cada uno de nosotros la cizaña y el trigo, sino que lo que hay de trigo se puede transformar en cizaña y lo que tenemos de cizaña se puede transformar en trigo. Esto anularía toda posibilidad de juicio de valor definitivo sobre una ser humano mientras está vivo y coleando sobre la tierra.

Como en el caso de la parábola del sembrador que hemos leído el domingo pasado, también hoy Jesús, a petición de sus discípulos, explica la parábola. Ya hemos dicho que no se trata de una explicación de Jesús, sino de un añadido de la primera comunidad, que convirtió las parábolas en alegorías para poder utilizarla como instrumento moralizante. En la explicación que el evangelio da de esta parábola, se ve con toda claridad la diferencia entre parábola y alegoría. Podemos apreciar cómo se desvía el acento desde la necesidad de convivir con el diferente a la preocupación por el destino de los cristianos, con la intención de que el miedo al más allá nos haga mejores aquí.

Como institución hoy más que nunca tenemos que confesar el “mea culpa”. Si a través de los dos mil años la Iglesia hubiera hecho el más mínimo caso a esta parábola, se hubieran evitado miles y miles de atropellos en nombre de la limpieza del trigo. Tanto en la doctrina como en moral, se ha perseguido al que discrepaba de la oficialidad, no por razones teológicas, sino por el afán de conservar la pureza legal, que tanto preocupa a la jerarquía. Se ha excomulgado, se ha exiliado, se ha quemado en la hoguera a miles de cristianos que eran bellísimas personas aunque no coincidieran en todo con los cánones oficiales. Es realmente patético, que a algunos de los que han sido sacrificados sin piedad, después se les haya intentado declara santos.

Desde el punto de vista personal, aún tenemos pendiente un cambio radical en nuestra actitud ante el diferente. Hemos sido educados en el más absoluto exclusivismo. Se nos ha enseñado a despreciar e incluso a odiar al diferente. Hace treinta años me preguntaba un marques muy serio él, si se podía ser amigo de un protestante. Jesús sabía muy bien lo que decía a un pueblo judío que se creía elegido y superior a todos los demás pueblos y razas. A pesar de la claridad del mensaje, muy pronto olvidaron los cristianos las enseñanzas de Jesús y reprodujeron, corregido y aumentado, el exclusivismo judío. Una sola frase resume esta actitud totalmente antievangélico: “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Esta máxima (mínima) ha sido defendida por el último Catecismo de la Iglesia Católica. Como veis, la parábola de la cizaña tiene una rabiosa actualidad.

José A. Pagola.

miércoles, 13 de julio de 2011

El regreso del calvinismo

La nieve cae con resolución en una mañana de Sábado en Washington, pero el sótano de una iglesia cerca de al Capital de los Estados Unidos está repleto. Alrededor de 200 mujeres miembros de la iglesia reciben otro tanto de invitadas para té, galletas, conversación y evangelismo al estilo del siglo 16.

Lo que los nuevos visitantes de la Iglesia Bautista Capitol Hill escuchan, difícilmente se puede calificar como “Cristianismo para tontos”. Tampoco se trata de la versión cosmética de los que proclamaron ser “nacidos de nuevo” hace algunas décadas. En lugar de esto, podemos encontrar testimonios como el de la joven Kasey Gurley, que describe su desobediencia y sufrimiento en términos del Antiguo Testamento: “Yo adoraba mi propia comodidad, mi concepto de mí misma”, confiesa: “Como el idólatra pueblo de Judá, merecemos la plena ira de Dios”, advierte a las asistentes, “Nunca estaremos seguras si confiamos en nuestras buenas intenciones”, pero agrega “Cristo murió por nosotros” La oración que hace al final es tanto franca como trascendente “Nuestro consuelo en el sufrimiento es este: que por medio de Cristo nos provees vida eterna”. Hay un silencio tal, que podrías escuchar el sonido de una hojuela de avena al quebrarse.

Hoy en día la teología calvinista está resurgiendo y confrontando a un evangelio de prosperidad centrado en el hombre, el cual ha sido abrazado por el evangelicalismo moderno contra un mensaje que se sumerge en las Escrituras y se centra en Dios. En una era de materialismo y religiones hechas a la medida, las doctrinas inmaleables del Calvinismo y de su concepto de Dios como todopoderoso, quien decide todas las cosas, está ganando terreno sobre muchos Cristianos – especialemente los jóvenes.

Veinteañeros seguidores del calvinismo, o de la teología Reformada, se pueden econtrar entre los presbiterianos, anglicanos y evangélicos independientes. En la Convención Bautista del Sur, la más grande denominación protestante del país, por lo menos un 10 por ciento de los pastores se identifican como calvinistas, mientras que más de un tercio de los seminaristas que se están graduando recientemente también lo son.

Pero el mayor impacto de este movimiento no está en las bancas, más bien en los círculos de publicaciones y en los clog Cristianos, en las escuelas de teología y en las conferencias como “Juntos por el Evangelio” donde las “estrellas del rock” de la teología reformada exploran sus tópicos como: “El pecador ni tiene la capacidad ni tiene el deseo: La doctrina de la absoluta inhabilidad”. “Es claro que hay un resurgimiento del calvinismo”, dice Steven Lemke, profesor en el Seminario Teológico Bautista de New Orleans.

Este interés renovado llega en un punto crucial del acontecer religioso americano. Después de revisar una encuesta que muestra una declinación muy marcada en el número de personas que se identifican como Cristianos, el periódico Newsweek declaró que “podríamos estar siendo testigos del fin de la América cristiana”

En cierto modo, Newsweek podría haber hecho una declaración no muy acertada. Cinco siglos después de que Martín Lutero confrontara a la Iglesia Católica-romana, algunos observadores no solamente ven una América post-cristiana sino una desarticulación de la Reforma Protestante en sí misma. Esta alarma está basada en estadísticas que muestran lo débiles que son los cristianos en cuanto a sus creencias.

Pero ahora vienen los alvinistas con su retorno a doctrinas inviolables y su discurso sobre la condenación – en esencia, es el retorno de los puritanos, a excepción de sus vestimentas y pelucas. ¿Es esto solo un momento de nostalgia o será el comienzo de una revolución más profunda contra el enfoque evangélico moderno que proclama “Jesús es nuestro amigo”? – En otras palabras – ¿Hacia dónde se dirige el cristianismo? Cuando las personas hoy en día escuchan el nombre de Juan Calvino, piensan sobre todo en la predestinación – la idea controversial de que Dios pre-ordenó todas las cosas que sucederían, incluyendo quiénes serían salvos y quiénes no. Lo que la gente olvida es que este teólogo francés del s. XVI transformó el pensamiento occidental tanto por lo que enseñó como por la forma en que lo enseñó. Su libro “La Institución de la Religión Cristiana”, se volvió en el manual de referencia para la fe protestante. Y su detallado y estilo de predicación expositiva, vino a ser un ejemplo para varias generaciones de clérigos, él pasó cinco años exponiendo el libro de los Hechos, versículo por versículo.
Sus detractores ven a Calvino como un teócrata que castigaba a los herejes y que moldeó la ciudad de Ginebra, donde predicó, según el modelo de su ideología fatalista.

Pero sus seguidores lo ven como un hombre que recobró el cristianismo centrado en Dios, sentó bases para la libertad religiosa y animó a incontables creyentes a leer la Biblia por sí mismos.

Gerlad Bray, un profesor de la Escuela de Divinidad en Birmingham admite: “Nos guste o no, él es una de las grandes mentes que dieron forma al mundo moderno”, “ideas de democracia, mercado abierto, capitalismo, igualdad de oportuniddes se generaron en Ginebra y se pusieron en práctica según las posibilidades de aquella época”.
La influencia de Calvino en la fundación de los Estados Unidos es innegable. El patriotismo de la nación, la ética del trabajo, el sentido de igualdad, la moral pública y aún elementos de democracia, brotaron como parte del pensamiento Puritano en Nueva Inglaterra. Cuando el predicador calvinista Jonathan Edwards dijo a los feligreses en 1741 que ellos estaban como pendiendo de una tela de araña sobre el abismo del infierno, solo por la gracia de la mano del Dios al que habían ofendido, no estaba abrazando ningún credo herético sino que usaba el vocabulario básico de la fe americana. No fue sino hasta el s.XIX que las doctrinas calvinistas llegaron a ser opacadas.

Por simple lógica, el sistema calvinista no podría ser popular en nuestros días. La gran mayoría de cristianos predican una teología de comodidad: “Puedes hacerlo tú mismo, podemos ayudarte”. Esto se nota en títulos populares como “Tu mejor vida ahora: 7 pasos para vivir tu potencial completo” de Joel Osteen. Este mensaje de auto realización a través del compromiso cristiano atrae a multitudes haciendo que las iglesias grandes se conviertan en mega iglesias.

Al mismo tiempo, esa forma estricta en que los calvinistas pretenden seguir la Biblia, difícilmente resuena como alguna vez lo hizo en la sociedad Americana. El Grupo Barna, una firma de investigación asentada en California, realizó una encuesta recientemente para medir cuántos adultos en los Estados Unidos mantienen una “cosmovisión bíblica” – por ejemplo, afirmar que la Biblia es completamente confiable, que una persona no puede ganar su entrada al cielo simplemente por ser buena, que Dios es el creador todopoderoso del universo. El resultado: una aguja delgada del 9%, entre los jóvenes de 18 a 23 años. Esto incluso entre los llamados “cristianos nacidos de nuevo”, entre los cuales llegó a un 19%.

En un reporte separado, Barna encontró que entre los llamados cristianos “nacidos de nuevo”, más de 6 de cada 10 dicen que ellos adaptan su fe, y que no siguen la teología de ninguna iglesia. “Los estadounidenses se sienten bien tomando y escogiendo los puntos de vista teológicos que les parecen convenientes y útiles, dejando el resto de las enseñanzas de la Biblia”, según afirma el reporte. A groso modo, la implicación es esta: las Sagradas Escrituras ya no constituyen el ancla de la espiritualidad americana.
Por supuesto, esta era la advertencia Católico-romana a los primeros reformadores hace cinco siglos: Si se separan de la iglesia, la ortodoxia se desvanecerá. Al enfatizar la sana doctrina y el Evangelio pleno, los nuevos calvinistas pretenden restaurar lo que ellos consideran la estabilidad de la fe protestante.

Mark Dever afirma: “Muchas personas creen que la religión es algo que puedes armar de ideas que piensas que son gratas a tu personalidad o que encuentras beneficiosas, No es así, es una realidad objetiva. Es lo que es”. Más ampliamente, el avivamiento Calvinista refleja un esfuerzo por reafirmar el fundamento de la fe misma. La enseñanza de que el hombre necesita una mejoría se puede encontrar tanto en iglesias evangélicas conservadoras como en los grupos liberales de la Nueva Era. Esto no es así en el Calvinismo: el énfasis está en la gloria de Dios. Y la gravedad de Su voluntad es inmensa: Puede ser negada, pero no desafiada.


El patrón que consiste en convencer a los feligreses de su pecado y luego mostrarles la salida espiritual – tiene un efecto que cautiva la atención de la audiencia. Después del servicio, los feligreses se quedan compartiendo por una hora, se abrazan y comparten conversando. Un empleado de gobierno de nombre Dan Wenger nos dijo “He llegado a creer y entender que Dios no se trata fundamentalmente de mi persona, Él es mucho más grande que eso, la enseñanza en esta iglesia me ha ayudado a ver la Biblia en el contexto completo de la historia, no solo las partes que me hacen sentir bien”.

El pastor Dever reconoce que la gente podría preguntar: “¿Por qué habría Dios de crear a alguien que va a ir al infierno?”. Su respuesta captura la esencia del nuevo calvinismo. “Yo eso no lo sé”, confiesa: “Yo no inventé esto, solo estoy tratando de decirte lo que creo que es la verdad, no lo que a mí me gusta”.

Lo que cautiva a los de afuera, sin embargo, es que los nuevos calvinistas están restaurando la doctrina de la predestinación – Dios escoge a quiénes va a salvar – en una tierra que hace tiempo abrazó el concepto de que en la salvación Dios no dejó a ninguno por fuera. Llevada a su conclusión lógica, la predestinación afirma que Dios siempre ha regulado todas las cosas, incluso el mal. Esta creencia molesta a muchos cristianos. “¿Pre-ordenó Dios el 9/11? ¿El Holocausto?” Pregunta el profesor Lemke, pastor bautista, crítico del calvinismo, aunque no de todos sus puntos.

Lo que los críticos ven como una doctrina fatalista, sin embargo, Calvino lo veía como buenas nuevas: Que los propósitos de Dios se cumplirán a pesar de los caminos pecaminosos del hombre.

El profesor Bray nos dice: “Para él, la predestinación era una creencia liberadora porque dice que Dios puede escoger a cualquiera, aunque sea humilde, y usarlo para frustrar a los grandes hombres de este mundo. Hace que el cambio real sea posible y pone a personas ordinarias como tú y como yo en la posición de poder ver cuando esto ocurre. ¿No son estas buenas noticias?”

Muchos seguidores concuerdan, añadiendo que el calvinismo no es fatalismo: Eres responsable por tu conducta. Allen Guelzo, autor del libro “Edwards sobre la voluntad: Un siglo de debate teológico americano” dice. “El calvinismo es la foto grande del cristianismo” y “Está menos interesado en preguntar por qué Dios permite que cosas malas les ocurran a las personas buenas, y más bien pregunta si en realidad hay gente que sea buena genuinamente”. La predestinación es algo que los nuevos calvinistas consideran parte de su actitud al respecto de la Biblia: “O lo tomas todo, o bien, no tomes nada”

Continúa el profesor Bray diciendo: “Hoy en día tenemos más biblias y más guías de estudio bíblico que en toda la historia, pero las personas conocen menos del texto bíblico que nunca, Esto es desastroso, el enfoque de calvino en la predicación expositiva es más necesario que nunca”.


Finalmente, el calvinismo contrasta con las formas de evangelicalismo más atractivas donde se enfatiza “Jesús es mi amigo” y esto le diferencia mucho del resto del mundo de la fe. La escritora de best seller Phyllis Tickle considera a este nuevo interés en el calvinismo como la primera fase en contra de la última tendencia de la religión dominante de hoy: el levantamiento del cristianismo emergente.El Cristianismo Emergente, lo cual ella identifica como una tendencia que ocurre cada 500 años, no es tanto una doctrina o un movimiento como una actitud post-moderna hacia la religión misma. No está claramente organizado, pero valora la experimentación por encima de las reglas tradicionales y de la práctica cristiana.

Cuando las cosas llegan a este punto, dice la Sra. Tickle, “siempre hay quiénes reconocen la necesidad absoluta de reglas y de un fundamento”. O como lo dice la Sra Hagopian, con un claro compromiso calvinista: “La filosofía del cistianismo americano está muy lejos de la verdad bíblica”.

Josh Burek
http://elcaminoangosto.org/2010/03/30/reportaje-el-regreso-del-calvinismo/

El altar, las Escrituras y los evangélicos.

En primer lugar es necesario aclarar que en la iglesia no existe ningún altar. ¿Qué es un altar? Altar es un monumento dispuesto para inmolar una víctima y ofrecerla en sacrificio.

En el catolicismo romano introdujeron ese termino en sus iglesias debido a que dicen ellos, allí repiten en cada misa el sacrificio de Cristo, por esta razón la llaman "el sacrificio de la misa", aunque también esa expresión es inapropiada, porque allí nunca se realiza ningún sacrificio cruento, es decir, con derramamiento de sangre.

Para poder entendernos los seres humanos, necesitamos comprender y darle el mismo significado a las palabras que empleamos, sino estaríamos intentando lo imposible, de querer comunicarnos en idiomas diferentes. Lo que ocurrió en Babel fue precisamente eso, el juicio de Dios que confundió las lenguas y no pudieron entender el habla de su compañero.

El Señor nos manda que nuestro hablar sea conforme a Su Palabra, y no conforme a las modas y costumbres que los hombres han impuesto, por muy sinceras u honestas que nos parezcan. 1Pd.4: 11 "Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios".

Hasta aquí hemos establecido dos puntos indispensables para poder tener un dialogo normal e inteligente:

Primero, que hemos de utilizar las palabras con el verdadero sentido que cada una de ellas tiene, dentro del idioma que usamos. Si alguno tiene dudas sobre el significado de algún vocablo, lo más cuerdo es que consulte con un diccionario de la lengua castellana y verifique el sentido y verdadero alcance de esa palabra.

Segundo, si se trata de un tema bíblico, es imprescindible comprobar con la Biblia cual es el verdadero sentido en que Dios la utiliza, para que nuestro hablar sea realmente conforme a Su Palabra, y no necesariamente a la palabra de los hombres. Hoy, que tenemos a nuestro alcance con tanta facilidad una concordancia, busque esa palabra y compruebe a la luz de su contexto cómo la emplea Dios, y ese debe ser el valor y sentido que debemos darle para que nuestro hablar sea realmente conforme a Su Palabra.

Cualquier diccionario le dará el significado a la palabra "altar" como el lugar donde se realizan sacrificios cruentos, es decir, con derramamiento de sangre de una víctima que es derramada en libación. Y la Biblia la emplea en el mismo sentido.

En Ex.20, donde se encuentran los diez mandamientos que Dios le entregó a Moisés, dice Dios en el verso 24 "Altar de tierra harás para mí, y sacrificarás sobre él tus holocaustos". En el libro de Levítico, donde están las instrucciones para los sacerdotes levitas, dice por ejemplo en el cap. 1: 5 "Entonces degollará el becerro en la presencia de Jehová; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre, y la rociarán alrededor sobre el altar".

Las pocas referencias que encontramos en el Nuevo Testamento al altar, son alusiones al altar del templo judío. Y cuando en Apocalipsis menciona un altar, es dentro del simbolismo del libro, para indicar el verdadero símbolo que representaba el altar terrenal, señalando el lugar sagrado que corresponde en el cielo.

El tabernáculo fue ordenado por Dios construirlo, de acuerdo al modelo que le mostró a Moisés y que corresponde a símbolos terrenales, para representar cosas celestiales.

Pero jamás el Nuevo Testamento hace referencia que alguna iglesia tuviera altar ¿Por qué? La respuesta es obvia, porque la iglesia descansa sobre el único y perfecto sacrificio que realizó el Señor Jesucristo, el cual fue "consumado" por el verdadero Cordero de Dios.

Heb.9: 26 "se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado".
Heb.9: 27 "Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos".
Heb.10: 10 "mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre".
Heb.10: 14 "porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados".
Heb.10: 11-12 "ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios (en el templo), que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios".

Una iglesia evangélica, que dice creer y aceptar ese único y perfecto sacrificio que realizó el Señor Jesucristo una sola vez para siempre, y que dice basarse en el modelo bíblico de acuerdo a las enseñanzas de Su Palabra, no tiene justificación alguna para seguir hablando que allí continúa existiendo un altar ¿Qué sacrificio están repitiendo?

En la iglesia cristiana no existe altar, porque no existe más sacrificio, debido a que el Cordero de Dios se ofreció en sacrificio una sola vez para siempre, jamás se volverá a repetir, debido a su perfección la cual fue consumada en la cruz del Calvario.Es errado seguir hablando de un altar dentro de la iglesia cristiana, porque se estaría menospreciando el sacrificio único y perfecto que realizó el Señor Jesucristo para siempre. Si no hay otro sacrificio, no debe existir otro altar.

Hemos de ser muy cuidadosos con los términos que empleamos para referirnos a las cosas del Señor, porque es hasta blasfemo hablar de un altar dentro de la iglesia y no corresponde a lo que Dios dice en Su Palabra. Que nuestro hablar sea conforme a Su Palabra.

Ahora que he aclarado esta parte que considero la más importante de la pregunta, me referiré a continuación a esa gimnasia que se realiza en muchas iglesias, de llamar adelante a los que quieran ser salvos, como si allí van a estar más cerca del cielo o del Señor.El mismo Señor que está adelante, también está en la banca donde cada uno se sienta y lo que es más importante, en el corazón de cada pecador que se arrepiente de sus pecados.

Es lamentable el triste espectáculo que presentan las iglesias con esas prácticas antiescriturales, porque muchas personas viven cada semana pasando adelante, debido a que nunca han llegado a tener la seguridad de su salvación eterna.A ellos la salvación les dura unos pocos días y necesitan salvarse cada domingo. Aunque la Biblia dice que somos salvos eternamente. (Heb.7: 25) "por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios". El regalo que ofrece el Señor es vida eterna, y no vida hasta el próximo Domingo. (Jn.10:28) " Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano".

Siempre hemos de confrontar con las Escrituras para ver si esas cosas deben ser así. Eso era lo que hacían los hermanos fieles de Berea, (Hch.17: 10) "escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así".

Hemos visto que en ninguna iglesia del Nuevo Testamento existió un altar, porque no existe otro sacrificio que presentar. Y ahora sobre la practica de pasar adelante, tampoco vemos que existió en la iglesia neotestamentaria.

Cuando Pedro predicó el evangelio el día de Pentecostés, la muchedumbre se compungió de corazón y preguntaron ¿qué haremos? No les dijo: "Pasen adelante, o levanten la mano los que quieran ser salvos". Simplemente les dijo (Hch.2: 37-38) "arrepentios". Porque la salvación es por creer de corazón, no por pasar adelante o levantar la mano.Allí no existía el emocionalismo, ni los "monitores" o acomodadores que "gentilmente" sacan a la gente de sus bancas para que pasen adelante, ni los coros que apelan a los sentimientos, ni ninguna estratagema de hombres. Solamente existía la poderosa Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo quebrantado los corazones, por eso llegó a ser una iglesia poderosa.

Si alguien considera que esa practica de hacer los llamados para que la gente pase a los pies del pastor es correcta, debe poder demostrarlo con la Biblia. ¿Dónde dice eso o aparece como ejemplo para seguir? ¿No están en el Nuevo Testamento todas las instrucciones para que sepamos como debemos conducirnos en la casa de Dios? (1Tm.3: 15).

Esto de hacer llamados para pasar al altar, no es otra cosa que llevar a la gente a los pies del pastor, debido a que efectivamente no existe ningún altar en la iglesia ¿o Ud. sabe cual es el altar? En una iglesia católica podemos ver el "altar" donde colocan a su dios de harina y lo parten en dos en sacrificio en cada misa. Pero en una iglesia evangélica ¿ha visto alguna vez un altar? Naturalmente que no, porque no existen allí.


La Biblia nos advierte que el corazón del hombre es idolátrico. (Hch.10: 25-26) Cuando Pedro visitó la casa de Cornelio: "Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies adoró, mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre". También lo vemos en el caso de Pablo en la ciudad de Listra (Hch.14: 11-15) cuando la multitud vio la sanidad que hicieron, gritaron: "Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros...Cuando lo oyeron los apóstoles, rasgaron sus ropas y se lanzaron entre la multitud, dando voces, y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros".

Los apóstoles siempre repudiaron toda clase de veneración al hombre, por esta razón cuando predicaban el evangelio, solamente hacían un llamado al arrepentimiento, pero jamás a pasar adelante a los pies de ellos, o pedirles que levantaran sus manos los que quisieran ser salvos, para satisfacer sus egos y ver "cuantos se habían convertido" con su predicación, como si la obra de la salvación fuera mérito de ellos.

Jack Fleming

martes, 12 de julio de 2011

El fermento.

Mateo 13, 24-43

Con una audacia desconocida, Jesús sorprendió a todos proclamando lo que ningún profeta de Israel se había atrevido a decir: "Ya está aquí Dios con su fuerza creadora de justicia abriéndose camino en el mundo para hacer la vida de sus hijos más humana y dichosa". Es necesario cambiar. Hemos de aprender a vivir creyendo en esta Buena Noticia: el reino de Dios está llegando.

Jesús hablaba con pasión. Muchos se sentían atraídos por sus palabras. En otros surgían no pocas dudas. ¿No era todo una locura? ¿Dónde se podía ver la fuerza de Dios transformando el mundo? ¿Quién podía cambiar el poderoso imperio de Roma?

Un día Jesús contó una parábola muy breve. Es tan pequeña y humilde que, mucha
s veces, ha pasado desapercibida para los cristianos. Dice así: «Con el reino de Dios sucede como con la levadura que tomó una mujer y la escondió en tres medidas de harina, hasta que todo quedó fermentado».

Aquella gente sencilla sabía de qué les estaba hablando Jesús. Todos habían visto a sus madres elaborar el pan en el patio de su casa. Sabían que la levadura queda "escondida", pero no permanece inactiva. De manera callada y oculta lo va fermentando todo desde dentro. Así está Dios actuando desde el interior de la vida.

Dios no se impone desde fuera, sino que transforma a las personas desde dentro. No domina con su poder, sino atrae con su amor hacia el bien. No fuerza la libertad de nadie sino que se ofrece para hacer más dichosa nuestra vida. Así hemos de actuar también nosotros si queremos abrir caminos a su reino.

Está comenzando un tiempo nuevo para la Iglesia. Los cristianos vamos a tener que aprender a vivir en minoría, dentro de una sociedad secularizada y plural. En muchos lugares, el futuro del cristianismo dependerá en buena parte del nacimiento de pequeños grupos de creyentes, atraídos por el evangelio y reunidos en torno a Jesús.

Poco a poco, aprenderemos a vivir la fe de manera humilde, sin hacer mucho ruido ni dar grandes espectáculos. Ya no cultivaremos tantos deseos de poder ni de prestigio. No gastaremos nuestras fuerzas en grandes operaciones de imagen. Buscaremos lo esencial. Caminaremos en la verdad de Jesús.

Siguiendo sus deseos, trataremos de vivir como "fermento" de vida sana en medio de la sociedad y como un poco de "sal" que se diluye humildemente para dar sabor evangélico a la vida moderna. Contagiaremos en nuestro entorno el estilo de vida de Jesús e irradiaremos la fuerza inspiradora y transformadora de su Evangelio. Pasaremos la vida haciendo el bien. Como Jesús.

José Antonio Pagola.

sábado, 9 de julio de 2011

Y el sembrador salió a sembrar.

Mt 13,1-23



Hoy no hay un contexto especial, porque Mt agrupa siete parábolas en un solo capítulo, el 13 que hoy comenzamos a leer. Es muy poco probable que Jesús haya dicho todas estas parábolas de una sentada. Seguramente tienen razón Mc y Lc al colocarlas en distintas circunstancias. Lo cierto es que la parábola es un género literario muy apropiado para hablar de realidades trascendentes. Al partir del conceptos simples, tomados de la vida cotidiana y que todo el mundo conoce, trata de proyectar nuestra conciencia hacia una realidad que va más allá de lo normal. La parábola por estar pegada a la vida misma, mantiene el frescor de lo genuino y auténtico a través del tiempo y las culturas.


Muchas veces hemos recordado que toda la Biblia es teología narrativa, pero en las parábolas descubrimos que no hay más que eso: una sencilla narración. El relato en sí no significa nada. A mí, si no soy labrador, nada me importa que la semilla nazca y de fruto. Pero ese relato, en sí anodino, se convierten en símbolo de un mundo distinto del que habito. Las imágenes desplegadas dan que pensar, cuestionan mi manera de ser, me dicen que otro mundo es posible y esperan de mí una respuesta vital. Esta propuesta sólo se puede hacer con un relato. El mensaje espiritual no se deja atrapar en conceptos. En toda parábola existe un punto de inflexión que rompe la lógica del relato. En esa quiebra se encuentra el verdadero mensaje. En la parábola del sembrador, la ruptura se produce al final. En la Palestina del tiempo de Jesús, el diez por uno, se consideraba una excelente cosecha. Pues bien, tu tierra puede llegar a producir el ciento por uno. ¡Una locura!



El objetivo de las parábolas es sustituir una manera de ver el mundo miope y torpe, por otra abierta a una nueva realidad llene da sentido y de futuro. Obliga a mirar a lo más profundo de sí mismo y a descubrir posibilidades insospechadas. La parábola es un método de enseñanza que permite no decir nada al que no está dispuesto a cambiar, y a decir más de lo que se puede decir con palabras, al que está dispuesto a escuchar. Quien la oye, tiene que hacer realidad la utopía del relato y empezar a vivir de acuerdo con lo narrado.



La explicación que los tres evangelistas ponen a continuación, no aporta nada al relato. Las parábolas no admiten explicación. Jesús no pudo caer en la trampa de intentar explicarlas. Para descubrir el sentido hay que dejarse empapar por las imágenes. La parábola exige una respuesta personal no retórica, sino vital; obliga a tomar postura ante la alternativa de vida que propone. Si no se toma una decisión, es que ya se ha definido la postura: continuar con la propia manera de ver y vivir la realidad.



Los exegetas apuntan a que, en un principio, los protagonistas de la parábola fueron el sembrador y la semilla. El objetivo habría sido animar a predicar sin calcular la respuesta de antemano. No; hay que sembrar a voleo, sin preocuparse de donde cae. La semilla debe llegar a todos. En línea con la primera lectura, pretende que se descubra la fuerza de la semilla en sí, aunque necesita unos mínimos para desarrollarse



No debemos dar ninguna importancia a la cantidad de respuestas. La intensidad de una sola respuesta puede da sentido a toda la siembra. La sinuosa y larga trayectoria de la existencia humana queda justificada con la aparición de un solo Francisco de Asís o de una Teresa de Calcuta. Por eso Jesús pudo decir: El Reino ya está aquí, yo lo hago presente. Tenemos que tratar de comprender que el Reino puede estar creciendo cuando el número de los cristianos está disminuyendo. La plena manifestación puede depender solo de mí.



Más tarde se dio a la parábola un cariz distinto, insistiendo en la disposición de los receptores, y dando demasiada importancia a las condiciones de la tierra. Esta alegorización no sería original de Jesús sino un intento de acomodarla a la nueva situación de los cristianos, cambiando el sentido original y haciéndola más moralizante. Aún en un sentido alegórico, no debemos pensar en unas personas como tierra buena y otras, mala. Más bien debemos descubrir en cada uno de nosotros la tierra dura, las zarzas, las piedras que impiden a la semilla fructificar. En el mismo terreno hay tierra buena, piedras y zarzas.



No debemos identificar la “semilla” con la Escritura. Lo que llamamos “Palabra de Dios”, es ya un fruto de la semilla. Es la manifestación de una presencia que ha fructificado en experiencia personal. La verdadera “semilla”, es lo que hay de Dios en nosotros. Lo importante no es la palabra, sino lo que la palabra expresa. Esa semilla lleva millones de años dando fruto, y seguirá cumpliendo su encargo. El Reino de Dios está ya aquí, y está en acción, pero su manera de actuar es paciente. Dios no actúa nunca violentando la creación.



En este sentido más profundo del concepto de “Palabra de Dios”, podemos recordar el prólogo de Jn. “En el principio ya existía La Palabra”; “y la palabra era Dios”; “y La Palabra (Logos) se ha hecho carne”, es decir, Dios es encarnación. Lo que Dios hace una vez, lo está haciendo siempre. Dios está en cada una de sus criaturas y se manifiesta en todas ellas como algo tan cercano que constituye la base de todo ser. No debemos dar a entender que nosotros los cristianos somos los privilegiados que hemos recibido la semilla (Escritura). Dios se derrama en todos y por todos de la misma manera. Pero Dios no se nos da como producto elaborado, sino como semilla, que cada uno tiene que dejar fructificar.


En esta parábola podemos descubrir el sentido dinámico de la existencia humana. El domingo pasado el evangelio nos había dicho que ni la sabiduría ni el poder ni la virtud eran el principal valor para Jesús. Generalmente caemos en la trampa de creer que dar fruto es hacer obras grandes. La tarea fundamental del ser humano no es hacer cosas, sino hacerse. “Dar fruto” sería dar sentido a mi existencia de modo que al final de ella la creación entera estuviera un poco más cerca de la meta, gracias a mi presencia en ella. Esa meta de la creación es la UNIDAD. Yo no tengo que dar sentido a la creación; se trataría de que por mi culpa no pierda el sentido que ya tiene. En el fondo, mi tarea sería no entorpecer la marcha de la creación entera hacia la consecución de su objetivo final.


Teilhard de Chardin desarrolló la intuición de Pablo y nos hizo ver con gran lucidez cual era esa meta del universo. La materia camina hacia la espiritualización. En toda la materia hay una chispa de Espíritu que es la que tiene que desplegarse hasta formar una inmensa hoguera que engulla toda la creación y consuma lo que es escoria. Ante esta visión grandiosa, resultan completamente ridículas nuestras raquíticas aspiraciones moralizantes. Jesús nunca puso el acento en el cumplimiento de normas y preceptos. Su tarea consistía en ofrecer a todo el que encontraba en su camino, una oferta de salvación que ya estaba en él mismo: Tomar conciencia de lo divino que nos habita y vivir en armonía con esa realidad.


Porque se trata de alcanzar la unidad en el Espíritu, esa plenitud de ser no la puedo encontrar encerrándome en mí mismo, sino descubriendo al otro y potenciando esa relación con el otro como persona. Y digo como persona, porque generalmente nos relacionamos con los demás como cosas, de las que nos podemos aprovechar. Cuando hago esto no me hago más humano, sino menos, porque me estoy deteriorando como ser humano. Descubriendo al otro y volcándome en él, despliego yo mis mejores posibilidades de ser. Hemos llegado a lo que tenía que ser la esencia de lo humano: el amor-entrega.



“El que tenga oídos que oiga”. Esa advertencia vale para nosotros hoy igual que para los que la oyeron de labios de Jesús. En aquel tiempo, era la doctrina oficial la que impedía comprender el mensaje de Jesús. Hoy siguen siendo los prejuicios religiosos, los que nos mantienen atados a falsas seguridades, que nos sigue ofreciendo una religión muy alejada de los orígenes. El aferrarnos a esas seguridades es lo que sigue impidiendo una respuesta al mensaje, adecuada a nuestra situación actual. El evangelio es fácil de oír, más difícil de escuchar y cada vez más complicado de vivir.



Descubrir cuál sería el fruto al que se refiere la parábola sería la clave de su comprensión. El fruto no es el éxito externo, sino el cambio de mentalidad del que escucha. Se trata de situarse en la vida con un sentido nuevo de pertenencia una vez superada la tentación del individualismo egocéntrico. El fruto sería una nueva manera de relacionarse con Dios, consigo mimos, con los demás y con las cosas.


Todos debemos hacer un cuidadoso análisis para descubrir lo que impide que la semilla dé fruto en mí. La dureza del camino, las piedras, las zarzas son ejemplos que nos deben guiar en la búsqueda de nuestros propios impedimentos. A mí el ansia de riquezas o poder no me dice nada; pero el afán de tener siempre razón puede arruinar mi vida espiritual. Debemos tener claro que si la semilla no da fruto, es porque algo se lo impide. La tierra es siempre buena sin no se interponen obstáculos para que la semilla germine.


José A. Pagola


domingo, 3 de julio de 2011

El cristiano y el suicidio: la Biblia como brújula.

Mateo 27: 3-5

El suicidio es el acto de quitarse la propia vida. Muchas religiones lo consideran un pecado y en algunas jurisdicciones se considera un delito. Por otra parte algunas culturas lo ven como una manera honorable de escapar de algunas situaciones humillantes.

Generalmente las actitudes suicidas ocurren como respuestas a situaciones personales abrumadoras tales como el envejecimiento, la muerte de un ser querido, un trauma emocional, sentimientos de culpa, enfermedades graves, aislamiento social y problemas financieros entre otros.

Durante los primeros años de la historia de Israel el suicidio era extremadamente raro. La vida era considerada demasiada preciosa como para terminarla por la propia voluntad. Sólo se mencionan seis casos de suicidio en el Antiguo Testamento. Y es que el pueblo judío comprendió que la vida era un regalo de Dios al hombre y por tanto sólo Dios tenía la potestad de quitarla.

Esta forma de pensar encontró eco en la manera de pronunciarse el cristianismo sobre el suicidio y declaró sin que le temblara la voz que Dios aborrecía y rechazaba a los suicidas. En el Nuevo Testamento existe un sólo caso de suicidio. Judas Iscariote no sólo se hace famoso por haber traicionado a Jesús, sino por llevar a cabo el suicidio.

La persona que aboga por el suicidio piensa que Dios es injusto por enfrentarlo a situaciones límites. Y que la muerte es la solución a tanto sufrimiento.

Una pregunta que nos llega a la mente en relación con el suicidio está vinculada en cuanto al destino del alma del suicida. Y cómo nuestro mundo es blanco y negro los destinos solo son dos: ¿Van al cielo o al infierno? Pero esta no es la pregunta que realmente nos aterra, en realidad el asunto se reduce a sí un creyente puede o no perder la salvación tras suicidarse.

Si miras la Biblia, verás que hay información en cuanto a que un creyente no puede perder su salvación puesto que todos sus pecados han sido ya juzgados en Cristo. Tampoco esto es un estímulo para que los cristianos opten por el suicidio como solución definitiva. Las Escrituras no lo aconsejan al menos. Pero tampoco el acto del suicidio condena a alguien al castigo eterno. Tanto la salvación como la vida eterna son regalos de Dios a todos aquellos que se reconocen pecadores y han confiado de manera personal en que la muerte de Jesús fue la paga justa por sus pecados. La salvación para toda persona descansa sobre la obra completa y perfecta de Jesús en la cruz.

Para los cristianos no hay ningún acto o pecado individual que pueda anular la salvación, cambiar el destino eterno o separar el creyente de Dios.

sábado, 2 de julio de 2011

La responsabilidad en adoración: una visión reforma.

En las Directrices para la adoración en la iglesia se escribe que la adoración cristiana contempla toda la alabanza, honor, gloria y poder a Dios. Cuando adoramos en nuestras celebraciones no estamos haciendo otra cosa que reconocer la presencia de Dios tanto en nuestro mundo como en nuestras vidas. Los reformados creemos que cuando la iglesia responde al llamado de Dios y se deja conducir por la acción renovadora del Espíritu Santo, los creyentes son transformados. Mediante la adoración nos ofrecemos a Dios y se nos dan las herramientas para servir al mundo.
En nuestra comunidad la adoración es una responsabilidad del Consejo de presbíteros y del pastor o la pastora; pero para ejercerla han de contar con la dirección del Espíritu Santo que se expresa en las Escrituras, en las tradiciones de los cristianos reformados y en las necesidades y circunstancias de cada congregación en particular.
En nuestra tradición presbiteriana nadie está excluido de la participación en la adoración, de hecho toda la iglesia tiene derecho a formar parte de ella, aunque algunas personas puedan, haciendo uso de sus dones, asumir acciones de liderazgo durante el servicio.
Es el Consejo de presbíteros quien tiene la responsabilidad de propiciar la adoración y hacer lo que esté a su alcance para que toda la iglesia participe en ella mediante el canto, así como velar porque la Palabra de Dios sea predicada, los sacramentos celebrados y la oración comunitaria sea practicada.
Es el Consejo quien decide cuándo, en que tiempo y en que lugar se reunirá la congregación para adorar. Es el Consejo quien determina la frecuencia para realizar los sacramentos y los responsables de su administración. Es el Consejo de presbíteros quien velará por el arreglo del local donde se adora, el mobiliario, el programa musical y quien da la autorización para el uso de otras artes en el culto.
El pastor o la pastora tiene responsabilidades especificas que no están sujetas a la dirección de los presbíteros, como es la selección de los textos bíblicos que han de ser leídos, la predicación, orientar en las oraciones publicas que sean de beneficio comunitario y seleccionar los himnos y cánticos que formarán parte de la liturgia.
La adoración verdadera, como la entendemos los reformados es un estilo de vida, no un evento semanal o una actividad únicamente que nos enajena de la dura realidad.