sábado, 30 de abril de 2011

¿Y qué es la verdad?

La frase del título es de un político de hace casi dos mil años. La dijo desde un tribunal, en un contexto de corrupción política y religiosa, y de prevaricación judicial. Lo hizo delante de un hombre inocente que le habían presentado para que lo condenara. Sabía que era inocente. También sabía que los acusadores faltaban a la verdad, y que los que había detrás de ellos no tenían otra cosa contra el acusado que rivalidades personales y miedo a perder su status social y sus intereses creados.

El político no era del todo malo, ni del todo corrupto. Incluso deseaba encontrar alguna razón convincente para liberar a aquel hombre que le habían traído para que confirmara la sentencia de muerte ya pronunciada. Su propuesta de azotarlo y dejarlo libre, no prosperó. Y la otra, la de convertirlo en el preso que cada año soltaba en ocasión de la Pascua, tampoco fue aceptada. Pilato, porque éste era el político, quería jugar un papel diferente, humano, sincero, sin trampa en este caso; pero él también tenía los pies de barro e intereses poderoso que era preciso defender. Más valía que muriese un hombre, aunque fuera inocente, que no que se perdiera todo. Finalmente, Pilato hizo lo que se esperaba de un político. Representó su papel y Jesús fue crucificado. El gesto de lavarse las manos le ha servido de poco para el veredicto de la historia. Desde entonces y hasta hoy, millones y millones de veces, en todas las lenguas y en todas partes, el pueblo cristiano ha repetido con una insistente e ininterrumpida monotonía la frase: “Padeció bajo Poncio Pilato”. Quizás no haya otro nombre humano que haya sido tan repetido como el de Pilato. El nombre de uno que puso en duda la existencia o la realidad de la verdad.


El recuerdo de la historio bíblica nos lo sugiere la situación actual política y judicial en nuestro país. El común denominador en nuestro espacio político es la representación de unos papeles que han sido previamente asignados, con un diálogo preescrito, del cual nadie se puede apartar. Asistir a un debate parlamentario, como lo hemos podido hacer por televisión, o escuchar las declaraciones de los líderes políticos es como ver una película por quinta vez. Los discursos y las declaraciones son siempre monótonamente los mismos. Cada uno dice lo que ha de decir con el fin de alcanzar unos objetivos políticos predefinidos. No hay lugar para la honestidad, y la verdad casi no importa. Sólo cuenta el miedo, las fobias y las enemistades personales, o lo que a los políticos les parece que es el camino para ganar votos. Y, para alcanzar esta meta, se ha de pactar, incluso con el diablo, si es necesario.

Este menosprecio de la verdad delante de las ventajas personales lo encontramos a todos los niveles, aunque sea en grados diferentes. Para nuestro comportamiento en la vida, parece como si lo que realmente importa no es la verdad, sino la apariencia de la verdad. Decirlo y hacerlo todo en defensa de una pretendida verdad absoluta que es tan falsa que ni los que la expresan se la creen. O decirlo y hacerlo en defensa de lo que realmente creemos que es la verdad, tratando de disimular que nuestro camino sigue direcciones completamente distintas. Lo que sucede es que estamos en el mundo de las medias verdades, o de las verdades aparentes o subjetivas. La verdad siempre suele ser la nuestra, la que coincida con nuestras convicciones O, lo que es peor, con nuestras conveniencias. Establecemos credos religiosos o políticos y los podemos en el centro de la vida, juzgando a los demás por su aceptación o rechazo de eso que nosotros proclamamos como la verdad. Y, con toda razón, nadie está del todo de acuerdo. Y mal cuando todos coincidimos, porque entonces quizás sí que lo que decimos sea la verdad, pero está muerta, porque sino fuera así nadie querría aceptarla. Eso pasa con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Todo es muy cierto, pero todo es también muy falso. En el fondo, una gran hipocresía.

Quien piense que puede ser una excepción de esta norma, se está engañando a si mismo. En el mundo religioso, como en el político, todos nos creemos en posesión de la verdad. Por esto estamos divididos. Entre los cristianos tenemos diferentes lecturas de la Biblia y todos pretendemos que la nuestra es la auténtica. No hay manera de que nos entendamos a fondo. ¿Hemos de conformarnos con esta situación? No. El conformismo no será nunca cristiano. Jamás lo hemos de aceptar. Es preciso encontrar otro camino.

El único camino que me viene a la mente es el que nos muestra Cristo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” Es necesario que nos esforcemos en situar la verdad fuera de nosotros mismos y centrarla, no en unas declaraciones o definiciones en términos de objetivos políticos o religiosos, sino en la vida y el testimonio de Aquel que vino de Dios. Si lo ponemos a El como única verdad absoluta y hacemos de nuestra vida un seguimiento, no se habrán acabado nuestros problemas sobre la verdad de cada día, pero habremos encontrado una auténtica motivación para nuestra acción. Porque, lo que realmente nos divide, no son las palabras que definen la verdad, que siempre serán diferentes y nunca nos acabaremos de poner de acuerdo, sino el hecho de tener motivaciones diferentes en la vida. Y lo que realmente importa no son las declaraciones solemnes ni las afirmaciones dogmáticas acertadas, sino el impulso interior que mueve la vida, es decir, los objetivos finales que perseguimos y que nunca hemos de confundir con los nuestros inmediatos. Nos lo dijo Jesús muy claramente: sólo hay un mandamiento y éste es el de amar. Ama y haz lo que quieras, como nos dijo San Agustín. La verdad se habrá acercado nosotros. Y de esto de amar –o, lo que es lo mismo, solidaridad- hay muy poco en el mundo político, donde casi todos son enemigos. Pero, ¿hay más en el mundo religioso, donde a lo más a que hemos llegado es a ser hermanos separados?

Enric Capó

viernes, 29 de abril de 2011

El arte de lanzar piedras

Juan 8:1-11
Leer vs.1-5. Esto suena como una pregunta honesta para ayudar a que la justicia se cumpla, pero nótese vs.6a. Ellos no estaban interesados en justicia-- ellos sólo estaban interesados en atrapar a Jesús! ¿Qué tipo de trampa?
El AT ponía al adulterio como un crimen capital (Lev.20:10). Esto es horripilante para el lector moderno, cuando en nuestra sociedad no merece castigo. La ley mosaíca era muy estricta en crímenes contra las personas, contra relaciones entre personas, y en contra de la unidad de la familia. Las leyes de las otras culturas eran muy estrictas en crímenes contra la propiedad (cortaban las manos). Esta diferencia nos marca la diferencia en el sistema de valores.
De todas maneras, los líderes religiosos tenían la esperanza de parar a Jesús en un dilema:
Si Él estaba de acuerdo con la ley del AT y pedía la ejecución de ella, lo podían acusar de sedición delante de los Romanos, debido a que desde los 30 d.C. los romanos habían abolido los derechos de los judíos a la pena capital
Si Él decía que ella no debía ser apedreada, lo podían acusar de enseñanzas falsas y desacreditarlo con la gente, debido a lo que la ley del AT mandaba. En general la gente común prefiere duros castigos para la gente que se comprueba que es criminal.
Ellos pensaron que realmente lo tenían! Pero Jesús tenía toda la escena bajo control.
Leer el vs. 6b. ¿Por qué Jesús está haciendo tiempo? No, É fue desafiado muchas veces de esta manera y nunca lo tomaron por sorpresa. Y aquí claramente Él olió algo podrido, sino algo inclusive más inmoral.
No es de sorprenderse, la ley civil judía tenía condiciones sumamente estrictas bajo las cuales este crimen era castigable con ejecución. Requería que fueran atrapados en el acto (Nu.5:13). El rabino Samuel dijo, "en el caso de adúlteros, ellos (los testigos) tienen que haberlos visto en la postura de adúlteros." Otro escolar de las leyes del Talmud dice, "no es suficiente por parte de los testigos haberlos visto (a la pareja) en una "situación comprometedora". Pero la misma ley decía que ambas partes debían ser producidas y procesadas (Dt.22:22). Se necesitaban dos personas para cometer adulterio! Si ellos pillaron a la mujer "en el acto mismo", entonces dónde está el hombre? ¡Es obvio que estamos frente a una conspiración! Toda la historia pudo ser fabricada, pero la explicación más posible es que estos hombres usaron a la mujer para desacreditar a Jesús. Ellos probablemente enviaron un "agente encubierto" para solicitar los servicios de ella y después cuando se da la señal convenida previamente ellos entran, lo dejan ir y a ella la arrastran hasta donde está Jesús. Esto los hace a ellos accesorios o cómplices del crimen y por los tanto adúlteros ellos mismos!
¿Qué escribió Jesús en la arena? Nadie lo sabe con seguridad porque no está escrito. A lo mejor sencillamente escribió el sexto mandamiento. Lo que importa no es lo que escribió en el piso sino lo que les dijo en el v.7
Casi todo el mundo conoce este versículo, pero la mayoría lo mal interpreta. Normalmente lo aplican como para prohibir hacer juicios morales, o como un apoyo para abolir la pena capital. Este no es el momento de discutir la pena de muerte, pero cualquiera sea tu punto de vista, no debieras usar este versículo para apoyarte. ¿Por qué? Porque Jesús no podría haber dado a entender eso sin contradecir directamente la ley del AT y estaría entregándose en las manos de sus enemigos. Ellos con seguridad no lo entendieron de esta manera, si lo hubiesen hecho hubieran saltado de alegría, en vez de irse.
Lo que Jesús quiere decir es "Cualquiera de entre ustedes que no tenga culpa en este caso específico que sea el que inicie la ejecución." Él discernió la conspiración, y les dio a entender que si ellos iniciaban su ejecución, estarían también iniciando su propia condenación.

Leer v.8. Los más viejos se dieron cuenta inmediatamente e hicieron lo único inteligente que podían hacer en todo este incidente- ¡salir fuera de ahí! Y con ellos se fue la acusación en contra de ella bajo la ley judía...
Leer vs 9b. Ahora ella se quedó mirando a Jesús con la multitud aún observando. Uno cree que ha tenido malos días! Pero ella fue burlada delante de un grupo, humillada públicamente, en peligro de perder su vida. De pronto sus acusadores fueron despachados. Ella acaba de presenciar la penetradora inquisición de Jesús en los pecados de sus acusadores y la condenación de sus acciones pero ¿cómo va Él a tratar con ella ahora? Como ocurre tan a menudo, la manera que Jesús responde es diferente de la que ella probablemente esperaba.
Leer v. 10, 11. v. 11b es un enunciado muy importante. De hecho, es una destilación del mensaje distintivo del NT. No es una exageración decir que el resto del NT es una elaboración de este enunciado. Habla de dos temas centrales en nuestra relación con Dios.
Jesús no dice No peques más, y entonces yo no te condenaré. En todo caso, la Ley del AT no acepta esta formula; dice" Absolutamente no pecar, y yo no te condenaré." De acuerdo a la Ley del AT, la primera vez que nosotros rompemos un mandamiento no hacemos merecedores de la condenación de Dios (St. 2:10). En cambio, Jesús dice Yo no te condeno ahora vete y no peques más. Él no está diciendo meramente que no la va a procesar. Tampoco le está diciendo que ella no es responsable de sus acciones. Tampoco le está diciendo que acepta una excusa. Él le está perdonando lo que ella le hizo a lo demás, y a Dios. En otras palabras, Él está decretando una declaración de perdón divino, a pesar de que ella es culpable ¿Cómo puede Él hacer esto sin burlarse completamente de la justicia de Dios? Él puede hacer esto por dos razones: a) Porque Él está dispuesto a pagar por sus pecados en su propia carne. B) Debido a que Él está dispuesto a pagar la pena, Dios Padre le dio la autoridad para perdonar a todos aquellos que creen en Él (Jn. 5:22-24). Evidentemente, Jesús vio una actitud de fe en Él en esta mujer (Señor en vs.7).
Y este es el camino como todos nosotros debemos adquirir el perdón: no tratando de pagarlo nosotros mismos, tampoco negando la responsabilidad sino que viniendo a Jesús y pidiéndole por el perdón total de nuestros pecados, lo que Él nos ofrece. Cuando hacemos esto, estamos completamente y permanentemente aceptados por Dios.

martes, 26 de abril de 2011

Jonás o la visión negativa del mundo

Taller sobre el Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia
Miércoles 27 Abril 2011

I. Introducción

Caso 1: Hoy soy una persona bastante negativa, pero antes no era así. Quizás en los últimos veinte años me han pasado cosas muy buenas y otras muy malas. Por razones de las que no soy muy consciente se han ido apoderando de mi mente pensamientos negativos. Parece como si todo lo que me hubiera ocurrido fuera malo, no soy capaz de recordad cosas buenas ni mostrarme agradecido. Al principio eran unas pocas ideas, pero progresivamente han ido incrementándose, invadiendo mi trabajo, mi familia, mis vecinos, mi corazón.

Caso 2: No era consciente del peso de mis pensamientos negativos hasta hace poco. Hace unos días los conté. Cada vez que me venía un pensamiento negativo lo apuntaba. En sólo dos horas llegué a 104 pensamientos negativos. En el fondo he estado pensando como afectan a mi vida los pensamientos negativos y puedo decirte que: me agotan, me hace infeliz, me aíslan, me convierten en pesimista, me anulan cualquier motivación, me contrarrestan la alegría y la energía, me restan posibilidades en mi trabajo, me convierten en impopular entre mis compañeros, los traslado a los seres más queridos, "los educo en la negatividad". Afectan a mi familia de forma muy diversa, van creando barreras con mis hijos, perjudican a mi pareja, le quitan ilusión, entusiasmo, alegría, me impide ver oportunidades y potencialidades, me sumen en un marco de perjuicios, riesgos, me llevan a un concepto del mundo en el que apenas merece vivir, cada vez río menos, me disgusto más, incluso por tonterías. Me irrito cada vez con más gente y con más facilidad, me afecta a la salud y me acaban deprimiendo.
II. Jonás
El libro da cuenta del profeta Jonás y relata una historia en la cual Dios manda a Jonás a predicar al pueblo de Nínive, la capital de Asiria para persuadirlos de arrepentirse de su maldad o de lo contrario su ciudad quedaría destruida. Jonás se negó a obedecer y al principio huye de la presencia de Dios embarcándose rumbo a Tarsis, pero en el camino Dios prepara una tempestad y los tripulantes al saber que huían de Dios lo arrojan al mar en medio de la tempestad.
Entonces Dios envió un gran pez para que se tragara a Jonás. Después de tres días de permanecer en el vientre del pez durante los cuales Jonás oró, Dios dio la orden de que el pez vomitara a Jonás, arrojándolo a tierra firme.
Después de esto, Jonás recibió por segunda vez la orden de Dios de ir a predicar a Nínive. Jonás accedió y en esa ciudad anunció la destrucción inminente para temor de todos sus habitantes: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida». El Rey de la ciudad, al enterarse sobre dicho designio, ordenó el ayuno de toda la población. Al presenciar el arrepentimiento masivo de la población de Nínive, Dios decidió que no castigaría la ciudad ni a sus habitantes. Jonás se enojó al contemplar la piedad de su Dios y el hecho de que su profecía no se cumpliera, por lo que se marchó de la ciudad disgustado. Dios lo reprendió por su falta de compasión hacia los muchos miles de personas y animales de Nínive, pero al final lo alecciona.

III. Cuando tengo una visión negativa de mí
Muchas personas son inconcientes de sus modelos de pensamientos diarios y lo que hacen es permanecer en círculos cerrados de pensamientos negativos: eso no lo puedo hacer, no soy una buena persona, nadie me quiere, ¿por qué siempre me pasarán cosas malas a mí? Pero esto lo ven los que están a cierta distancia de la persona en cuestión, al propio afectado esto no es tan apreciable. Y lo es entre otras cosas porque no se escucha sus propias palabras. Los mensajes que nos enviamos a nosotros mismos son de importancia vital para edificar nuestra propia imagen. P. e. que torpe soy, ¿quién me mandaría a mi a meterme en este lío?

El éxito y el fracaso no llueven desde el cielo. Lo que hacemos y lo que dejamos de hacer repercute a la largo de nuestra vida. Las personas resilientes saben que no pueden estar en todos los sitios, que no pueden hacerlo todo, que alguna vez cometen errores y esto no tiene porque afectar su autoestima. Las personas con una visión negativa de la vida no se quieren o quieren a la persona que no son.
Preguntas 1: ¿Por qué Jonás no quiere ir a Nínive?

IV. ¿Puedo cambiar la visión negativa que tengo del mundo?
Nuestra realidad social no ayuda mucho a tener una visión positiva de la vida. Las noticias en la televisión, los rumores y las novedades se encargan de hacer hincapié en los aspectos más negativos del mundo. Las malas noticias no solo nos irritan, sino que nos ponen a la defensiva y nos infunden miedo. Y es así como aflora la idea nuestra de que vivimos en un mundo donde lo que domina es la violencia, el robo, el fraude, las injusticias y la muerte. Por eso dejamos a los idealistas y románticos soñar con un mundo mejor, pero nosotros no nos damos permiso para ello.
Pregunta2: ¿Qué visión tenía Jonás de los habitantes de Nínive?

Algunas personas le dan una importancia tremenda a lo que comen, pues piensan que lo que comen influye de alguna manera en su cuerpo. Pero casi nadie se preocupa por lo que piensa. Nadie le presta atención a su alimentación mental. Y la verdad es que nos atiborramos de comida basura para la mente y después nos preguntamos: Por qué me siento triste? ¿Por qué estoy deprimido?¿Por qué estoy enojado? No se trata de negar nuestra realidad diaria, sino prestar atención a lo que permitimos que entre en nuestra manera de pensar. Sólo cuando cobramos conciencia de lo positivo en nuestras vidas podremos encontrar las fuerzas necesarias para emprender empresas, hacer cambios, dejarte oír, tener paz.
Los optimistas y los pesimistas tienen algo en común: antes o después ambos tienen razón. Lo que marca la diferencia es el interludio. Cuando las cosas van bien los optimistas se alegran; los pesimistas no son infelices. Cuando las cosas se tuercen los optimistas están descontentos; los pesimistas no sólo han confirmado sus temores sino que se sientes aún más descontentos. En resumen; los optimistas no siempre están alegres; pero los pesimistas no lo están nunca. ¿Por cuál de estas dos actitudes te inclinas tú?

Pregunta 3: ¿por qué al final del relato Jonás se queda solo y aislado?

Próximo tema: Miriam o los caminos hacia la aceptación. Ex. 15: 20-21

lunes, 25 de abril de 2011

Un nuevo inicio.

Juan 20: 19-31

Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?

Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no le tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad de seguidores. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es sólo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un "nuevo inicio" a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros corazones.

No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es sólo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

sábado, 23 de abril de 2011

¿Y si Cristo no resucitó?

Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. I Cor 15:14.

¿Cómo es la resurrección? No lo sabemos, y está bien un poco de misterio en la vida de vez en cuando, pues esto nos recuerda que algo se escapa a nuestra intelectualidad y nuestro afán de control.
Somos poco conscientes, pero en la vida resucitamos muchas más veces de las que creemos. Todas esas etapas que pasamos malas, por las cuestiones que sean, y que nos permiten saborear posteriormente de manera profunda los buenos momentos de la vida, son pequeñas pasiones que evidentemente conllevan resurrecciones.
En estas situaciones, Cristo siempre está con nosotros, pero su presencia, tan peculiar y real, muchas veces se da en la ausencia más total. Y no es que Él se vaya, es que cuánto más cerca lo tenemos, menos lo “vemos” y si no que se lo pregunten a los apóstoles, que lo acompañaron durante toda su vida pública sin entender nada y cuando resucita y no le ven, empiezan a encajar las piezas. Lo mismo que los discípulos de Emaús, que lo sintieron de verdad en la ausencia, tras haber caminado juntos.
Aquí entramos en el misterio más hondo de la fe, porque la comunión más profunda e íntima con Cristo siempre sucede en la ausencia. Hay muchas cosas de la vida pública de Jesús que nos llaman la atención, nos resultan chocantes y todo lo que queramos, pero Él está ahí. Tras la resurrección está, pero ya no hay manera de “verle” y gracias a esa ausencia, paradójicamente, lo podemos tener más cerca.
Inexplicable pero es así. Tampoco sabemos nada de cómo será esa resurrección nuestra. Todas las imágenes que podemos utilizar pueden ser válidas como meras y lejanas aproximaciones a esa realidad que viviremos algún día y que otros disfrutan ya.
Esto no debe llevarnos a no decir nada sobre la Resurrección. Tenemos que anunciar la Resurrección de Cristo de manera que la gente mire y vea, que es muy importante. Podemos decir: Christos anesti. Anunciar la Resurrección a creyentes y no creyentes es decirles que Dios sigue de nuestra parte que quiere que nos desarrollemos como personas en igualdad y respeto con la tarea de hacer del mundo un lugar justo y de la Iglesia un signo de la cercanía de Dios.
Es decir que la forma de comportarse Jesús, se ha convertido en el barómetro con que medir nuestro propio comportamiento y la doctrina que transmitimos. Es decir que los cuerpos de los seres que amamos están destinados a la vida, a la alegría y que todos brillaron un poquito ya, en aquel amanecer de la Resurrección de Cristo.
Es decir que si Jesús ha resucitado, todo ha comenzado a crecer hacia la plenitud y pese a los horrores del mundo y de la vida, cualquier logro positivo, por pequeño que sea, es un anuncio de Resurrección. Es decir que Jesús está, que sigue, que nunca se fue y que anima a todos aquellos que, en cualquier parcela de la vida, hacen lo posible por mostrar los efectos de la Resurrección. Estos efectos tienen de hecho muchas facetas, todas positivas. Es verdad que todos no podemos participar en todas, para eso Dios nos ha dado a cada uno dones diferentes, pero hay una en la que sí podríamos hacerlo aunque se nos ha apoderado tanto el Viernes Santo que nos cuesta vivir, que no sabemos vivir la fiesta, la gran fiesta de la Resurrección.
Celebramos nuestra gran fiesta. Christos anesti. Para manifestar algo, hay que sentirlo y sentirlo desde lo hondo de nuestro ser y existir. ¿Podríamos afirmar con rotundidad que en nuestro culto de Resurrección estamos celebrando la alegría? La liturgia tiene que cumplir su función principal que es el encuentro en profundidad con el Dios del júbilo.
Todas esas pequeñas resurrecciones que hemos experimentado, nos han causado una gran alegría, incomparable por otra parte, con la alegría de la Resurrección, pero podemos decir que hemos experimentado el gozo y el placer y encontramos la manera de manifestarlo a los demás. Pero con el centro nuclear de nuestra fe, con la Resurrección de Cristo, que es también la nuestra, encontramos cierta dificultad para manifestar la alegría.
Alguien tachado de persona poco alegre como Lutero describía el cielo como “el lugar en el que el hombre jugará con el cielo y la tierra, el sol y todas las criaturas” y añadía “y todas las criaturas conocerán el placer, el amor, la alegría contigo y Tú con ellos, incluso corporalmente”. ¿Por qué no vivir el cielo aquí, ahora en la tierra y manifestarlo? ¿Por qué dejar el gozo y el placer de la Resurrección siempre para después y no manifestarla ya?
Otro teólogo, Chenu decía que la tragedia de la teología era su divorcio del poeta, del bailarín, del músico, del pintor, del actor… de todos aquellos que participan y nos invitan a la fiesta. La fiesta, la alegría… ¡Resurrección!
Gracias a los sermonesde Basilio de Cesarea en el siglo IV, sabemos que en la celebración de la Resurrección, las mujeres bailaban sobre las tumbas, y sin velo, para manifestar en la comunidad y a la comunidad, la alegría de la Resurrección de Cristo. ¿Dónde hemos dejado la espontaneidad? Hablamos en voz baja, decimos, muy bajito: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! ¿Es así como buscamos y anunciamos al Dios vivo? ¿Es que no tenemos deseo de Dios? Por Cristo resucitado, ¡que la ética no nos anule la estética de la celebración!
Decía Joseph de Maestre que la razón solo puede hablar, que es el amor el que canta, y yo añadiría, y le cuerpo el que expresa. Nuestras celebraciones y más en este día tan especial, deben dejar que el cuerpo goce, que se manifieste, que exprese lo que sentimos, porque sentimos la Resurrección, ¿verdad?
Jesús proclamó bienaventurados a todos los desgraciados de la tierra. En Él se cumplen todos los sueños del hombre, porque es el Camino, la Verdad y la Vida y como siempre, no hizo nada para sí sino que resucitó para nosotros. Sabemos que Jesús disfrutaba de la vida y no era reacio a participar de la fiesta.
No le hagamos a Dios esta jugada, porque no estamos celebrando sólo para ahora, celebramos también para el futuro. La Resurrección nos desinstala de la comodidad del día a día, nos abre horizontes dignos de ser explorados, experienciados, comunicados a los demás. A nadie le podremos explicar como fue el hecho de la resurrección de Cristo ni cómo será la nuestra, pero sí le podremos decir que no lo deje todo para el final, que la seguridad del más allá tiene que removernos a vivir aquí de manera plena aceptando los retos, las inquietudes, las esperanzas…
Rompamos el cascarón nosotros y manifestemos la alegría, que quien nos vea, vea que creemos en la Resurrección, que estamos de fiesta, que lo celebramos y lo manifestamos porque de verdad lo sentimos. Y proclamemos juntos: ¡HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!

Cristina Inogues

Sábado: ¿Decepcionados del cordero pascual?

Las mujeres descansaron el sábado, conforme al mandamiento
Lc.23: 56b

El sábado es día para estar tranquilo en Israel. A ninguna mujer se le ocurriría ir a un sepulcro. Es el día para estar en casa. Pero las mujeres no están solas. Junto a ellas hay un grupo de hombres alrededor del fuego. Están decepcionados. Otros han huido a Galilea para salvar su vida. No quieren que les pase lo que le sucedió a Jesús. Ha sido ejecutado.

Para los discípulos Jesús está muerto. Pero nosotros estamos esperando. Para ellos no se trata simplemente de un sueño molesto que dejará cuando se abran los ojos. Nosotros alejamos este sueño suspirando al despertarnos cada mañana. Ellos siguen preocupándonos en el fondo del alma por lo que les pueda ocurrir. Nosotros estamos acomodados en la certeza que nos dan los siglos.

Lo que impresiona del sábado que viven los discípulos escondidos es su abismo de silencio. Para nosotros ha adquirido un tremendo realismo y es que a veces nos sentimos así: decepcionados y perdidos. Pero esto es lo que significa el sábado santo: el día en que Dios se oculto. El día de esa inmensa paradoja que expresamos en el Credo con las palabras descendió a los infiernos.

¿Estamos decepcionados? A veces nos da miedo hacernos preguntas. A veces nos da miedo hacernos este tipo de preguntas. La decepción es un sentimiento de insatisfacción que surge cuando no se cumplen las expectativas que albergábamos ya sea en relación a una persona o a un conjunto de ideas. Conozco personas que están decepcionadas de Dios. Conozco personas que están decepcionadas de la iglesia de Jesucristo. Conozco personas decepcionadas de la vida. Estamos decepcionados cuando podemos trenzar dentro de nosotros dos emociones primarias: la sorpresa y la pena. Los discípulos de Jesús están sorprendidos y apenados. Sorprendidos porque no esperaban la muerte. Apenados porque ahora El no está para consolarles.

Pero nosotros ya no nos sorprendemos tan fácilmente. Tampoco nos apenamos con la frecuencia que nos gustaría. Nosotros somos como ese niño al que se le invita a dar un paseo en medio de la noche oscura través de un bosque y sentimos miedo. Miedo aunque se nos diga varias veces que no hay monstruos peligroso cerca. Nosotros no sentimos temor a la oscuridad por nada determinado, sino más bien nos da miedo lo que podamos experimentar, el riesgo que podamos correr, la dificultad a enfrentar, la existencia. Si, nos da zozobra la existencia que no entendemos.

Y a un niño como nosotros sólo una voz humana podría consolarle, pero esa voz está encerrada ahora en una tumba. Y no es que nos dé miedo la noche y el bosque, sino la soledad. Nos da miedo estar solos. Nos da miedo que El ya no esté. Por eso estamos decepcionados porque no ha cumplido lo que nos prometió. Nos prometió estar con nosotros todos los días. Y ahora estamos solos. Por eso tenemos miedo. Existe un miedo que ha anidado dentro de nosotros, que radica en lo más íntimo de nuestra soledad. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el temor de sentirse abandonado?

Por eso estamos escondidos y sin decir palabras alrededor del fuego. Nunca podremos decir con palabras acertadas el impacto de la muerte de Jesús en sus discípulos. Y no porque nos falten palabras en el castellano. Pero podemos entender porque algunos de ellos huyeron a Galilea. Y nos hacemos preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué Dios lo abandonó? ¿Cómo puede Dios darle la espalda a un inocente? ¿Está mal escapar para poner a salvo la vida? ¿Se quedaron sin fe cuando murió Jesús? Estas son preguntas que no podremos responder con seguridad. Pero si sabemos que la desesperanza los abrazó tras la ejecución. Una especie de crisis se instauró en sus corazones. Más que hombres y mujeres sin fe son ahora hombres y mujeres desolados. Solos frente al peligro. Desconcertados por lo ocurrido. Los discípulos recuerdan las palabras y los gestos de Jesús en la última comida que han hecho juntos. Le están recordando lavar sus pies, trocear el pan y ofrecer la copa. ¿Dónde está Dios? ¿No va a reaccionar ante lo sucedido? ¿Se ha equivocado Jesús? ¿Era Jesús el cordero de Dios que quita el pecado del mundo?

Hay días en que no tenemos respuestas a las preguntas que le hacemos a Dios y a la vida. Hay días que estamos paralizados. A la expectativa. Hay días en que estamos decepcionados, como a oscuras y con frío. Hemos venido a este lugar buscando compañía. Y es que antes estábamos solos. Queremos permanecer junto al fuego ahora. Queremos calentarnos. Queremos que nos vean tal como somos. Queremos que la luz nos inunde. Queremos que el sábado acabe. Que la noche venga. Y es que mañana será otro día. Otro día. Otro. Día.

viernes, 22 de abril de 2011

Cuando Jesús muere nos hacemos preguntas sobre Dios.

Tú lo dices: soy Rey. Para eso he nacido, para ser testigo de la verdad… Jn 18,1-19,42

La celebración ayer de la última cena, la celebración hoy de la muerte y la celebración mañana de la resurrección, son tres aspectos de una misma realidad: La plenitud de un ser humano que llegó a identificarse con Dios que es Amor. La realidad profunda que se nos revela en estos acontecimientos es que Dios es amor. Este es el punto de partida para que cualquier ser humano pueda desarrollar su verdadera humanidad. Pero el amor es también la meta a la que llegó Jesús y a la que tenemos que llegar nosotros. Ese amor, ni en Dios ni en nosotros, puede ser puramente estático; al contrario, es lo más dinámico que podemos imaginar, porque es el motor de puesta en marcha de toda acción verdaderamente humana.

El recuerdo puramente litúrgico de la muerte de Jesús, sin un compromiso de defender en nuestra vida las mismas actitudes que le llevaron a la muerte, es un folclore vació de contenido. Otro peligro que nos acecha en esta celebración, es caer en la sensiblería. Tal vez no podamos sustraernos a los sentimientos ante la descripción de una muerte tan brutal. El peligro estaría en quedarnos ahí y no tratar de vivir lo que estamos celebrando. (La muerte en la cruz tenía como fin eliminar a una persona físicamente; pero también degradarla ante la sociedad, para que su influencia moral desapareciera). Nos importan los datos históricos, pero sólo como medio de descubrir la cristología que en ellos se encierra: Jesús es para nosotros el modelo de lo humano y de lo divino, que manifestó absolutamente en esos momentos decisivos de su vida terrena.

No podemos presentar la muerte de Jesús como el colmo del sufri¬miento. La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y con una cierta comodidad. Los sufrimientos duraron sólo unas horas. Millones de personas, antes y después de Jesús, han sufrido mucho más en cantidad y en intensidad. No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. Muchísimas personas tendrían motivos para sentirse heridas con esa manera de hablar. El decir que por ser un hombre perfecto tendría mayor sensibilidad al dolor, tampoco es convincente. Fue una muerte cruel, sin duda, pero no podemos presen¬tarla como el paradigma del dolor humano. El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor, sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron.

Tenemos que entender bien, la idea de que “murió por nuestros pecados”. El autor de la carta a los hebreos, (que seguramente no es de Pablo) lo que intenta es hacer ver a los judíos, que ya no tenía sentido el repetir los sacrificios que habían sido la base del culto en el templo, porque ya estaba cumplida en Jesús toda la labor de mediación. Esta idea es posible, sólo desde la perspectiva del Dios del AT que premia y castiga; y exige el pago por nuestros pecados. Este Dios no tiene nada que ver con el Dios de Jesús, que nos ama a todos siempre e infinita¬mente y que, si pudiera tener alguna preferencia, sería para con los débiles o los pecadores. Seguimos manteniendo ese Dios del AT, porque está más de acuerdo con nuestros sentimientos sin descubrir que ha sido superado por el Dios de Jesús.

Con relación a la muerte de Jesús, creo que debemos distinguir dos aspectos: ¿Por qué le mataron? ¿Por qué murió? Si no hacemos esta distinción, entraremos en un callejón sin salida. Le mataron porque la idea de Dios que él predicó no coincidía con la idea que los judíos tenían de su Dios. El Dios de Jesús, como veíamos ayer, no es el soberano que quiere ser servido, sino Amor absoluto que se pone al servicio del hombre. Esta idea de Dios es demoledora para todos aquellos que pretenden utilizarlo como instrumento de dominio y esclavitud de los demás. Ningún poder establecido puede aceptar ese Dios, porque no es manipulable ni se puede utilizar en provecho propio. Esta idea de Dios es la que no pudieron aceptar los jefes religiosos judíos. Este Dios nunca será aceptado por los jefes religiosos de ninguna época.

Jesús murió por ser fiel a sí mismo y a Dios. En el fondo no se puede separar las respuestas a las dos preguntas. Jesús como todo ser humano tenía que morir, pero resulta que no murió, sino que le mataron. Esto último, tampoco hace de su muerte un hecho singular. La singularidad de esa muerte hay que buscarla en otra parte. La muerte de Jesús no fue un accidente, sino consecuencia de su manera de ser y de actuar. Creo que en la aceptación de las consecuen¬cias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren¬der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia, pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundi¬dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.

Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de una vida humana. Ese sentido no puede ser otro que el servicio, la donación total a los demás como culminación de humanidad. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria” ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Si pensamos que por un instante Dios abandonó a Jesús, tenemos todo el derecho a pensar que Dios tiene abandonados a todos los que están hoy sufriendo. Eso sería terrible. Dios no puede abandonar al hombre, y menos al que sufre. Pero sigue siendo muy difícil descubrir a Dios en el sufrimiento.

¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que la permitió o la esperó. La paradoja está en que podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos en un Dios que actúa desde fuera, nada de lo que digamos en relación con esa muerte tiene sentido. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones, entonces Él fue la causa de que Jesús fuera a la muerte.

La muerte de Jesús es una verdadero interrogante sobre Dios. Según todas las apariencias, Dios abandonó a Jesús a su suerte cuando le pedía a gritos que le ayudara. ¿Cómo podemos armonizar su silencio con la cercanía en el momento de morir? Aquí está la clave de comprensión del misterio Pascual. Dios no abandonó por un momento a Jesús para después revindicarlo. Dios estuvo con Jesús en su muerte. Porque fue capaz de morir antes que fallarle, demuestra esa presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida. En la entrega total se identificó totalmente con Dios y lo hizo presente. Cualquier otro intento de demostrar la presencia de Dios en Jesús (conocimientos, poder, milagros) es contrario a las enseñanzas más profundas de Jesús sobre Dios.

Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que lleva al hombre a la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al “ego”, y por lo tanto a todo egoísmo, que hizo posible una entrega a los demás hasta la muerte. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro “yo” sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco celebrar su “resurrección”.

Termino como empezaba, nosotros tenemos que separar la vida, la muerte y la resurrección de Jesús para intentar entenderlas, pero resulta que solamente la podremos entender si descubrimos la unidad inextricable de las tres realidades. La muerte fue consecuencia inevitable de su vida, pero en esa muerte ya estaba toda lo gloria que podía recibir el Jesús como ser humano. La trayectoria humana de Jesús terminó alcanzando la más alta meta que puede conseguir un hombre: desplegar al máximo toda su humanidad, alcanzando y manifestando la plenitud de divinidad. Si no tenemos presente esto, podemos seguir echando balones fuera y sin descubrir lo que tiene de acicate para nosotros el descubrir que un ser humano como, en todo semejante a nosotros, pudo llegar a esa meta.

José A. Pagola

jueves, 21 de abril de 2011

Los seguidores de Jesús son los que se dan.

Si yo el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros.
Jn 13,1-15


La liturgia de este día se centra en el recuerdo de la cena de despedida que Jesús realiza con sus discípulos y en los dos aconteci¬mientos que en ella se desarrollan: el lavatorio de los pies y la institución de la eucaristía. Ni los evangelistas, ni los exegetas se ponen de acuerdo si fue o no fue una cena pascual. No tiene mayor importancia, porque para nosotros lo esencial está en lo que va más allá del rito judío de la cena pascual. Esta Pascua no es ya la pascua de los judíos. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía, no hablen del lavatorio de los pies, y Juan que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad significada: la entrega total de sí mismo por parte de Jesús.

Tampoco sabemos el sentido exacto que quiso dar Jesús a aquellos gestos y palabras. La protesta de Pedro deja claro que, en aquel momento, los discípulos no entendieron nada.
Sin embargo, el recuerdo de lo que Jesús hizo en la última cena se convirtió muy pronto en el sacramento de nuestra fe. Y no sin razón, porque en esos gestos, en esas palabras está encerrado todo lo que fue Jesús durante su vida y todo lo que tenemos que llegar a ser nosotros como cristianos. Por eso la liturgia de este día es de las más densas de todo el año.

Debemos comenzar por tomar conciencia de la importancia de los que celebramos, como la toma el evangelista Jn cuando ha hecho esa grandiosa obertura: “Consciente Jesús de que había llegado su “hora”, la de pasar de este mundo al Padre, él que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el final” (en el más alto grado). Pero no es menos sorprendente el final del relato: “¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el “Maestro” y el “Señor”; y decís bien, porque lo soy. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, sabed que también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. En estas dos frases que inician y terminan el relato, tenemos la clave de la celebración de hoy.

Vamos a comenzar por el lavatorio de los pies. No porque sea más importante que la eucaristía, sino porque espero que esta reflexión nos ayude a comprenderla mejor. En ese gesto, Cristo está tan presente como en la celebración de la eucaristía. Lavar los pies era un servicio que solo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que él está entre ellos como el que sirve, no como el señor. Lo importante no es el hecho físico, sino el simbolismo que en él se encierra. Tanto el pan y el vino como el lavatorio nos están diciendo que la plenitud de Jesús como ser humano, está en el dejarse comer o en el servir a los demás. Fijaros que ese profundo simbolismo es lo que se quiere manifestar en el evangelio de Juan. El más espiritual y místico de los evangelistas, el que más profundizó en el mensaje de Jesús, ni siquiera menciona la institución de la eucaristía. Sospecho que la eucaristía se había convertido ya en un rito mágico y formal, vacío de contenido, y Juan quiso recuperar par la última cena el carácter de recuerdo de Jesús como don, como entrega. "Yo estoy entre vosotros como el que sirve." Jesús no renuncia a ninguna grandeza humana. Al contrario, denuncia la falsedad de la grandeza humana que se apoya en el poder o en el dominio de los demás, pero proclama que la verdadera grandeza humana está en parecerse a Dios que se da sin condiciones ni reservas.

Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. Cuando seguimos insistiendo en los diez mandamientos de Moisés, nos quedamos a años luz del mensaje de Jesús. Para el que quiere seguir a Jesús, todo queda reducido a esto: ¡Amaros! No dijo que debíamos amar a Dios, ni siquiera que debíamos amarle a él. Tenemos que amar a los demás, eso sí, como Dios ama, como Jesús amó. Una eucaristía celebrada como una devoción más, que comienza y termina en la iglesia, no es la eucaristía que celebró Jesús. Celebrar la eucaristía es aceptar el compromiso de darse hasta el final. La eucaristía no es más que el signo (sacramento) de la entrega, sin ella se queda reducido a un garabato.

En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en una visión espiritualista y abstracta que no afecta a mi vida concreta. La presencia real de Cristo en el pan y en el vino, entendida de una manera estática y física, nos puede impedir descubrir el aspecto vivencial del sacramento y dejarnos al margen del la verdadera intención de Jesús al compartir esos gestos con sus discípulos.

Tenemos que hacer un esfuerzo por descubrir el verdadero signifi¬cado de la eucaristía a la luz del lavatorio de los pies. Jesús toma un pan y mientras lo parte y lo reparte les dice: esto soy yo. Recordemos que “cuerpo” en la antropología judía del tiempo de Jesús, quería decir persona, no carne. Como si dijera: meteos bien en la cabeza, que yo estoy aquí para partirme, para dejarme comer, para dejarme masticar, para dejarme asimilar, para desaparecer dando mi propio ser a los demás. Yo soy sangre (vida) que se derrama por todos, es decir, que da Vida a todos, que saca de la tristeza y de la muerte a todo el que me bebe... Eso soy yo. Eso tenéis que ser vosotros.

Por haber insistido, durante muchos siglos, exclusivamente en la presencia real de Cristo en la eucaristía, nos acercamos al sacramento como a una realidad misteriosa insondable, pero que no tiene para nosotros ningún valor de persuasión, no me lleva a ningún compromiso con los demás. La presencia real, por el contrario, debía potenciar el verdadero significado del gesto. Nos debía de recordar en todo momento lo que Jesús fue y lo que nosotros, como cristianos, debemos ser. El haber cambiado este sentido dinámico por una adoración, ha empobrecido el sacramento hasta convertirlo en algo aséptico, que nada me exige y nada me motiva.

Lo que Jesús quiso decirnos en estos gestos es que él era un ser para los demás, que el objetivo de su existencia era darse; que había venido no para que le sirvieran, sino para servir, manifestando de esta manera que su meta, su fin, su plenitud humana solo la alcanzaría cuando se diera totalmente, cuando llegara a la donación total en la muerte asumida y aceptada. Sólo un Jesús des-trozado puede ser asimilado e integrado en nuestro propio ser. Descubrir que destrozarnos para que nos puedan comer, es también la meta para nosotros, es el primer objetivo de un seguidor de Jesús. Pero de esto hablaremos mañana, Viernes Santo.

Jn no menciona la eucaristía en el relato de la última cena, pero no se olvidó de un sacramento que tuvo tanta importancia para la primera comunidad. En el c. 6 del evangelio de Jn, encontramos la verdadera explicación de lo que es la eucaristía. “Yo soy el pan de Vida”; pero para explicar esto, dice a continuación: “Quien viene a mí, nunca pasará hambre; el que me presta su adhesión, nunca pasará sed”. Está muy claro que comer materialmente el pan y beber literalmente la sangre, no es más que un signo (sacramento) de la adhesión a Jesús, que es lo verdaderamente importante. Se trata de identificarse con su manera de ser hombre, resumida en el servicio a los demás hasta deshacerse por ellos. El mayor peligro que tenemos hoy los cristianos es acercarnos al sacramento como medio de unirnos a Dios, olvidándonos de los hombres.

En el mismo c. 6, dice un poco más adelante: “El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me “come” vivirá por mí”. Para mí, no hay en todo el NT una explicación más profunda de lo que significa este sacramento. Jesús tiene la misma Vida de Dios, y todo el que le siga tendrá también esa misma Vida, la definitiva, la trascendente, la que no se verá alterada por la muerte biológica. Para hacer nuestra esa Vida, tenemos que aceptar la “muerte”, no la física, aunque también, sino la muerte a todo lo que hay en nosotros de caduco, de terreno, de transitorio, de individualismo, de egoísmo. Sin esa muerte, nunca podrá haber Vida. No se trata renunciar a nada, sino de conseguirlo todo. Todo lo que no es esa Vida, antes o después, se desvanecerá. Si hemos estado toda la vida biológica, preocupados solo por lo material, esa misma vida perderá su sentido.

José A. Pagola

miércoles, 20 de abril de 2011

Maria Magdalena.

María Magdalena es una figura rodeada de incógnitas. Lo poco que de ella sabemos nos produce más preguntas que respuestas; pero hay un detalle único y extraordinario en esta mujer que la hace sobresalir en las páginas del Nuevo Testamento: fue la primera persona con la que se encontró el Cristo resucitado.

La historia, presentada en los evangelios, se hace más explícita en el evangelio según Juan: ¿Por qué lloras?, le preguntaron los ángeles a María Magdalena. Es que se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto, les respondió. Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era El. Jesús le dijo: ¿Por qué lloras, mujer?¿A quién buscas María. Ella se volvió y exclamó: Maestro.

El relato es parco, pero profundo en emoción. María de Magdala fue a ofrecerle respeto a un muerto, y de pronto descubrió la gran verdad del Cristo. Este encuentro ha sido analizado de formas mil por exégetas y predicadores. El hecho de que haya sido una mujer la primera persona en anunciar a otros la resurrección de Cristo es un salto gigantesco al futuro. ¿Quién era verdaderamente María Magdalena? Después de su encuentro con el Señor vencedor de la muerte, no vuelve a hablarse de ella en La Biblia. En el libro de Hechos no aparece, y cuando Pablo hace la lista de las personas que vieron al Cristo resucitado no la incluye.

En siglos recientes se ha redescubierto la importancia de María Magdalena, llegando a ser considerada como la advocación de las mujeres llamadas para proclamar el Evangelio. Algunos aducen que el resurgimiento de María Magdalena se debe a que históricamente ha sido difamada y se ha desvirtuado su carácter y su personalidad y se le debe la justicia de reconocerla como lo que verdaderamente fue, una mujer redimida por Jesús. Ha sido mal identificada como una prostituta arrepentida, afirmándose que era ella la mujer que fue apedreada por practicar el adulterio, una historia que aparece en el evangelio de Juan y que es de dudosa legitimidad.

En el evangelio de Lucas 8:2 hallamos estas palabras: entre ellas iba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios. El contexto en esta expresión se relaciona con el ministerio de sanidad de parte de Jesús. Se habla en el texto de algunas mujeres que El había curado de espíritus malignos y enfermedades, y entre éstas se menciona a María Madgalena, que por alguna razón que nos es desconocida Lucas la menciona por nombre. Probablemente Lucas se refiere a ella porque al escribir su evangelio ya sabía de su incorporación al grupo de los más fieles seguidores de Jesús. El tema de los “siete demonios” ha sido abusado por muchos intérpretes. Hay quienes creen que se trata de los siete pecados capitales, una forma de decir que la Magdalena era una mujer pecadora. Lo cierto es que en tiempos de Jesús muchas enfermedades se asociaban a la idea de la posesión demoníaca. Es razonable suponer que María fue sanada de una severa enfermedad y que tal experiencia la convirtió en discípula fiel de Jesús. Una referencia de Marcos 16:9-10 confirma esta posibilidad. Dice Marcos que después que Jesús había resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, lo que ratifica la actitud de respeto que tenían para con ella los autores de los evangelios.

En el evangelio de Lucas 7:36-50 se narra la historia de la mujer pecadora que en la casa de Simón el fariseo limpió los pies de Jesús con un frasco de perfume y con sus lágrimas, secándolos después con sus cabellos. En el evangelio no se identifica a esta mujer; pero a muchos se les ha ocurrido la idea de que se trataba de María Magdalena. A esta intrépida mujer que se atrevió a interrumpir una cena en casa de un importante fariseo, Jesús le dijo: Por tu fe has sido salvada; vete tranquila. Se trataba de una mujer de mala vida, a la que Cristo devolvió a la buena vida.

María Magdalena es el tema central de numerosas obras literarias y cinematográficas seculares. Simplemente citamos, como ejemplo, una novela –casi de matiz pornográfico- escrita por José Manual Vargas Vila, hace casi 90 años, en la que María Magdalena es presentada como una amante secreta, primero de Judas, y después de Jesús y el El Código da Vinci, de Dan Brown, donde se la presenta como la esposa secreta de Jesús, con quien tuvo descendencia. No es de extrañarnos que los desconocedores de los textos bíblicos todavía adopten la imagen de María Magdalena, como la de una prostituta arrepentida.

En las llamadas iglesias protestantes o evangélicas, no existe un concepto unánime sobre María Magdalena; pero las que tienen ascendencia histórica, como la luterana y la episcopal, entre las demás, veneran la memoria de María Magdalena. Es famoso el vitral que presenta a María Magdalena frente a la tumba vacía de Cristo que ha sido instalado en la iglesia luterana en Charleston, Carolina del Sur. En centenares de otras iglesias hay obras de arte que recuerdan a la privilegiada mujer bíblica que hoy hacemos referencia.

¿Puede imaginarse alguien qué significa ir a un cementerio a honrar a un ser amado fallecido y encontrarse con que la tumba está abierta y vacía? Pensaríamos en que se ha cometido una profanación o en que nos hemos equivocado de lugar, o en que manos criminales orquestaron un robo. Por la mente de María Magdalena pasaron todas estas ideas. Pensemos ahora, por un momento, en cuáles fueron sus sentimientos al ver frente a ella, resplandeciente y erguido al Señor que días antes había dejado inerte en el espacio de una cueva sellada con una piedra. La aclamación profunda y sonora estremeció los cielos e hizo temblar la tierra: ¡Aleluya!¡El Señor ha resucitado!

Yo quisiera, al igual que María Magdalena, cuando se abran mis ojos después que hayan sido cerrados por la muerte, abrirlos de pronto y ver frente a mí, amoroso y sonriente, al Jesús resucitado. Hoy, domingo de Resurrección, todos los cristianos anticipamos con esperanza ese glorioso momento.

Martín N. Añorga

lunes, 18 de abril de 2011

Jesús tenía razón.

Juan 20, 1-9

¿Qué sentimos los seguidores de Jesús cuando nos atrevemos a creer de verdad que Dios ha resucitado a Jesús? ¿Qué vivimos mientras seguimos caminando tras sus pasos? ¿Cómo nos comunicamos con él cuando lo experimentamos lleno de vida?

Jesús resucitado, tenías razón. Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un Padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte. Le seguiremos llamando "Padre" con más fe que nunca, como tú nos enseñaste. Sabemos que no nos defraudará.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida. Ahora empezamos a entender mejor tu pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos. Ahora comprendemos por qué anteponías la salud de los enfermos a cualquier norma o tradición religiosa. Siguiendo tus pasos, viviremos curando la vida y aliviando el sufrimiento. Pondremos siempre la religión al servicio de las personas.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios hace justicia a las víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, la verdad sobre la mentira, el amor sobre el odio. Seguiremos luchando contra el mal, la mentira y el odio. Buscaremos siempre el reino de ese Dios y su justicia. Sabemos que es lo primero que el Padre quiere de nosotros.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados por la sociedad y olvidados por la religión. En adelante, escucharemos mejor tu llamada a ser compasivos como el Padre del cielo.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora empezamos a entender un poco tus palabras más duras y extrañas. Comenzamos a intuir que el que pierda su vida por ti y por tu Evangelio, la va a salvar. Ahora comprendemos por qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz. Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu Evangelio, pero muy pronto compartiremos contigo el abrazo del Padre.

Jesús resucitado, tenías razón. Ahora estás vivo para siempre y te haces presente en medio de nosotros cuando nos reunimos dos o tres en tu nombre. Ahora sabemos que no estamos solos, que tú nos acompañas mientras caminamos hacia el Padre. Escucharemos tu voz cuando leamos tu evangelio. Nos alimentaremos de ti cuando celebremos tu Cena. Estarás con nosotros hasta el final de los tiempos.

José Antonio Pagola

martes, 12 de abril de 2011

Jeremías: cuando pensamos y sentimos de antemano.

Taller del Antiguo Testamento y el arte de la resiliencia.
Miércoles 13 Abril

I. Introducción

Deberíamos aceptar las cosas tal y como vienen, pero también deberíamos hacer lo posible para hacer que las cosas sucedan tal y como nos gustaría aceptarlas. La aceptación es una especie de herramienta que nos permite vivir nuestras circunstancias presentes y nos prepara para las que están por llegar en el futuro.

¿Crees que puedes influir en tu futuro? ¿Qué imágenes te vienen a la mente cuando piensas en el futuro? ¿Con qué cuentas para los días que están por venir? ¿Eres una persona optimista? ¿Cómo lo sabes? ¿Eres una persona pesimista? ¿Cómo lo sabes? ¿Cuándo tienes delante una crisis cómo la enfrentas: como una oportunidad o una desgracia?

II. Jeremías

Fue un Profeta hebreo, hijo del sacerdote Hilcías, perteneciente a una casta tradicional de sacerdotes, Jeremías vivió entre el 650-586 a.C en Judá, Jerusalén, Babilonia y Egipto. Vivió en la misma época que el profeta Ezequiel y fue antecesor de Daniel.

Según él mismo escribe, fue preordinado por Dios antes de que naciere y comenzó su misión en el decimotercer año de gobierno del rey Josías. Es autor del libro de la Biblia que lleva su nombre: el Libro de Jeremías y del Libro de las Lamentaciones. La labor de Jeremías fue llamar al arrepentimiento al reino de Judá y principalmente a los reyes Josías, Joacim y Sedequías debido al castigo impuesto por Dios de que serían conquistados por los caldeos si no volvían su corazón hacia El. Su vida como profeta se caracterizó por soportar con una férrea entereza los múltiples apremios y acusaciones que sufrió a manos de estos reyes y de los principales de Israel, desde azotes hasta ser abandonado en cisternas o mazmorras.

Jeremías llamó a liberar a los esclavos como muestra de conversión. En principio su llamamiento fue acatado, pero luego los amos volvieron a esclavizar a quienes habían liberado, con lo cual el profeta consideró sellada la suerte de reino de Judea, de Sedequías y de Jerusalén (ver Jeremias 34:8-22). El anuncio de la derrota de Judea fue acompañado sin embargo, por la profecía sobre la futura ruina de Babilonia, la Nueva Alianza y la restauración de Israel.

III. Anticiparse

En algunas ramas de la economía tiene una importancia trascendental anticiparse a las tendencias de los negocios. La combinación de la experiencia y la razón nos permite hacer suposiciones.

Por supuesto que no sabemos que nos traerá el futuro, ni siquiera con la mejor preparación podemos vaticinar que todo ocurrirá según nuestros planes; pero pomos estar preparados, podemos disponer de tiempo para asimilar lo que nos acontezca.

La mayoría de las personas se sienten impotentes ante la vida. Así que viven una situación tras otra en una constante aceptación. Y acaban creyendo que no pueden cambiar su realidad y mucho menos su futuro. Y fíjense que digo: creyendo.

Nuestras presuposiciones influyen en nuestra manera de vivir. Influyen en nuestros sentimientos. Influyen en nuestra manera de enfrentar una situación no agradable. Cuando algo que esperamos ocurre nos sentimos corroborados, por el contrario si no se cumplen nuestras expectativas entonces nos irritamos y nos sentimos inseguros.

IV. ¿Era Jeremías un resiliente?

Las personas resilientes participan en su futuro. No solo reaccionan ante los acontecimientos sino que toman la iniciativa. ¿Se conformó Jeremías con su situación? ¿Esperó que otros tomaran sus decisiones?

La capacidad de crear proyectos para el futuro nos dice cuan preparados estamos para la vida. En medida que nos imaginamos como ha de ser nuestra vida estamos participando en ella. Y esto nos permite adelantarnos al miedo, a la tristeza, al orgullo, a la alegría, a la gratitud.

Pero hemos de recordar algo: quien nunca empieza una cosa, nunca la podrá acabar.

V. Próximo encuentro:

Jonás y la visión negativa de la vida
Miércoles 27 Abril

lunes, 11 de abril de 2011

La muerte es mortal.

La resurrección de Cristo es un signo que contradice todo lo que sabemos de la vida y de la muerte, un signo único. No hay ningún otro. Todo, en nuestra tradición y en nuestra experiencia nos lleva a considerar la muerte como un hecho irreversible. La frase bíblica “mientras hay vida hay esperanza” (Coh 9,4) nos habla de esta convicción arraigada que de la muerte es la última realidad. Para nuestra cultura popular y profana, la muerte es –si me permitís decirlo así- inmortal, final, definitiva, eterna. Desde nuestra experiencia de la vida podemos afirmar que de allí, del sepulcro, nadie ha vuelto. Quien muere está muerto. El autor del Cantar de los Cantares está tan convencido de esto que cuando ha de buscar una comparación para mostrar la fuerza del amor dice que “es fuerte como la muerte” (8,6) y el Salmista (88,12) habla del país de los muertos como “el país del olvido”. Parece que al final, cuando haya pasado este mundo y esta vida, sólo quedará una realidad: la muerte, eterna e inmortal.

Cristo, en el primer domingo de Pascua, desmiente esto. Su resurrección no es la reanimación de un cuerpo mortal, como fueron todas la “resurrecciones” que se mencionan en la Biblia. En ellas, unos corazones que habían dejado de latir, fueron puesto de nuevo en funcionamiento para continuar unos años más, tal comko a veces los médicos “vuelven a la vida” quien parecía que estaba ya definitivamente muerto. Y después, estos “resucitados” nos explican sus experiencias: el túnel luminoso, la sensación de bienestar, etc.

Jesús resucitó de otra manera, en otra realidad. Nunca volvió a esta vida. Es cierto que lo vieron y que habló con sus discípulos y nos ha dejado palabras dichas después de la muerte. Pero, a partir del domingo de Pascua, ya no era uno de nosotros. Su cuerpo ya no era nuestro cuerpo. Su vida era diferente. No estaba sujeta ni al tiempo ni al espacio. Pertenecía a la eternidad. Está aquí y sube al cielo, en un ir y venir que nos está vedado totalmente a nosotros. Participa de esta vida y de la otra vida. Visto desde aquí es el hombre nuevo del Reino de Dios que nos muestra una realidad que, de otra manera, está fuera de nuestro alcance.

Su resurrección, pues, es un signo de la vida más allá de la vida; un rayo de luz y de esperanza en un mundo oscuro, dominado por la sombra de la muerte. Ella nos dice que la muerte es mortal y la vida inmortal. Un pensamiento que está recogido por el apóstol Pablo: “sorbida es la muerte en victoria” (1 Co 15,54), es decir, la muerte ha sido hecha mortal. Ya no es definitiva. Cristo la ha vencido y ahora, lo que queda, la única realidad inmortal, es la vida.

Me agrada vivir y pensar esto: si la semana de pasión, con la agonía y la cruz, acaba en un glorioso domingo de resurrección, también mi pasión –la vida vivida en el sentimiento de imperfección y bajo el dominio del pecado y del dolor- acabará en la inmortalidad de la vida. Al final, Dios; al final, la vida plena; al final, el nuevo mundo de Dios. Pero ahora, en este momento presente, nos es necesario vivir la nueva vida de Cristo. El mensaje de la cruz, el de la vida nueva, no es sólo para un más allá de esta realidad humana; es también para hoy y para mi vida en el Espíritu. La vida no es sólo la animación de un cuerpo. Es sobre todo la transcendencia de una humanidad forjada en la comunión con Aquel que es el camino, la verdad y la vida. Aquel en quien serán resumidas todas las cosas en la tierra y en el cielo. Aquel que, con los hombres y mujeres reconciliados, será la última y eterna realidad.

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
(1Co 15,55

Enric Capó

Escándalo y locura.

Mateo 26, 14-27,66


Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante.

Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.

Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.

Este Dios crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.

Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. "En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo" (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.

Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.

Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el "amor loco" de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.

José Antonio Pagola

miércoles, 6 de abril de 2011

¿De qué hablo cuando hablo de la vida y la muerte?

Jn.11:1-45

La gran dificultad, al hablar de la vida y de la muerte, estriba en que tenemos que utilizar las mismas palabras para expresar conceptos completamente diferentes. Tan contradictorios que se puede dar la muerte en una vida fisiológica de lo más saludable, Y se puede dar la Vida definitiva en la vida más deteriorada e incluso en la misma muerte biológica. Si no aplicamos el concepto adecuado en cada caso, tergiversamos el texto hasta hacerle decir lo contrario de lo que quiere decir. Al final ya de la cuaresma y cuando vamos a entrar en los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús, tiene pleno sentido que nos preparemos tratando de dilucidar que es vida y que es muerte para Jesús.

En el relato de hoy, todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Si Jesús hubiera pretendido salvar la vida biológica de Lázaro, hubiera ido inmediatamente a curarlo. Hubiera sido más fácil que resucitarlo. Pero su intención no es curar la enfermedad de Lázaro, sino manifestar la Vida en él. Por eso espera a que la muerte quede rotundamente confirmada (cuatro días, ya huele).

Si seguimos preguntando si Lázaro resucitó o no físicamente, es que seguimos en el lado de los muertos, porque nuestra preocupación sigue siendo la vida biológica. La alternativa no es, esta vida, solamente aquí abajo u otra vida después, pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no soluciona nada. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es realmente sorprendente, que ni los demás evangelistas, ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo cuando ya está podrido. Sobre todo, sabiendo que los sinópticos narran hasta la curación de una gripe a la suegra de Pedro.

Jesús no hace ningún caso de la resurrección del último día, de la que habla Marta. Lo que él ofrece es otra cosa. Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida trascendente que él mismo posee y de la que puede disponer (5,26). Esa Vida es de tal fuerza, que anula el carácter catastrófico de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios que él posee por el Espíritu. Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue, aparece como renovación de la vida que termina. Respecto a la Vida que comunica Jesús, es su continuidad; aunque, para entendernos, le llamemos resurrección. “Yo soy la resurrección” está indicando que es algo presente, no futuro y lejano. No hay que esperar a la muerte para conseguir Vida. Está mucho más claro cuando hablamos de nuevo nacimiento, como dice Jesús a Nicodemo en el mismo evangelio de Jn.

Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere como condición indispensable la adhesión a Jesús. A la adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, nacimiento a una nueva Vida que se sitúa más acá y más allá de la muerte física. El término “resurrección” expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. Esto se decía en (5,24) “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva”. Esto no quiere decir que solo la posean los que conocen y siguen a Jesús. Lo que nos quiere decir es que todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús en su vida, participa de esa Vida, aunque no haya conocido a Jesús

Jesús corrige la concepción tradicional de “resurrección del último día”, que Marta compartía con los fariseos. Para Jn, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús tiene poder para resucitar a un muerto. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee y puede comunicar al que se adhiere a él. Nosotros hoy seguimos con la fe de Marta que Jesús declara insuficiente. En el fondo, seguimos esperando que Dios nos devuelva la vida biológica porque es la que apreciamos y deseamos.

¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: “Quitad la losa”. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar también vivos. Pero también los vivos pueden estar muertos. Una profunda reflexión para nosotros hoy.

Ya huele mal. La fe que Marta acaba de confesar, parece que ahora se esfuma. La trágica realidad de la muerte se impone y no deja lugar a la esperanza. Al recordar una vez más los “cuatro días”, nos muestra los estragos que la muerte causa en el hombre desde siempre. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacer ver que la muerte biológica no es el fin; pero también que sin la muerte del “ego” no se puede alcanzar la verdadera Vida. Para alcanzar lo más alto, hay que bajar a lo más bajo, La muerte sólo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. “Si el grano de trigo no muere...” “El que quiera salvar su vida la perderá.” Nadie puede quedar dispensado de morir, ni el mismo Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes a todo lo que creemos ser. Esta es la clave del mensaje de Jesús. ¿Lo creemos? ¡¡NO!! Pues, apaga y vamos.

Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora está seguro que sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera vida. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. Nos desconcierta la compatibilidad de la Vida con la muerte.

Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera del Padre. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que Jesús haya pedido nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en un gesto y en unas palabras, pero en Jesús no se trata de un acto, sino que el acto expresa una actitud permanente en él.

Al gritar: ¡Lázaro, ven fuera! Esta confirmando que el sepulcro donde le habían colocado, no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos, los que le escuchan, los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro, porque aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús quiere mostrar a Lázaro vivo en la muerte. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Ellos son los que tienen que convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente es un absurdo. ¡Ya podía gritar fuerte para que el muerto lo oyera!

“Salió el muerto con las piernas y los brazos atados”. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal ser humano. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? El que sale es el muerto, no lo sacan; ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque en realidad está vivo. Tanto los circundantes, como el muerto, tienen que tomar conciencia de su nueva situación. “Desatadlo y dejadlo que se marche”. Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad, porque esta ya en la esfera de Dios, Vivo. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte que paraliza. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán los miembros de la comunidad entregar su vida como Jesús, para recobrarla. Sólo ahora el servicio hasta dar la vida biológica, es la única garantía de Vida definitiva. Ahora está la comunidad preparada para entender la muerte de Jesús y su resurrección. José Antonio Pagola.

martes, 5 de abril de 2011

Lot o los indicadores de una deficiente habilidad relacional.

Lot o los indicadores de una deficiente
habilidad relacional.
Tema 9
El Antiguo Testamento y el arte
de la resiliencia

I. Introducción.

¿Quién no conoce a alguien que cae bien a todo el mundo y que se muestra siempre tolerante y no hiere a nadie a pesar de que acostumbra decir lo que piensa? Además, esta persona admirada por casi todos resulta sensata, convincente y persuasiva sin por ello pecar de autoritarismo ni mostrar indiferencia ante las opiniones o emociones de los demás.
La convivencia, cómo nos sentimos con los demás, puede resultar reconfortante o convertirse en una pesadilla. Dependerá mucho de nosotros. Vivir con los demás es un arte que puede aprenderse no sólo para caer bien, sino porque la integración social es un factor clave del bienestar emocional. Las habilidades sociales son una serie de conductas y gestos que expresan sentimientos, actitudes, deseos y derechos del individuo, siempre de una manera adecuada y de modo que resuelven satisfactoriamente los problemas con los demás.
II. Lot.
Lot era hijo de Arán. Acompañó a su tío Abraham en el viaje a Canaán llevando consigo a su mujer y sus hijas y se situaron en un punto intermedio entre las llanuras de Sodoma y el monte de Hebron. Era además Lot poseedor del sacerdocio de Melquisedec al igual que Abraham, quienes lo recibieron del mismo Melquisedec, rey de Salem (Gen.14: 18). Tanto Lot como su tío Abraham, anduvieron juntos por un tiempo no determinado.
Por algún motivo no muy claro, Abraham y Lot discutierón por la tierra donde debían asentarse y decidieron que debían separarse, así que Lot por mutuo consentimiento y en buenos términos, se separó de Abraham. Abraham se fue al norte y Lot se instaló en la llanura de Sodoma y Gomorra.
Lot plantó tiendas hasta las puertas de Sodoma y permaneció allí. Los reyes de Sodoma y Gomorra sostuvieron en ese tiempo una guerra con reinos vecinos. Estos reyes fueron vencidos en una batalla en Sidim y Lot y su parentela fueron hechos prisioneros. Abraham, supo de la suerte corrida por Lot y organizó un rescate, Lot, sus bienes y su gente fueron rescatados exitosamente y volvieron a Sodoma. Sodoma y Gomorra fueron destruidas conjuntamente con Adma y Zeboim (Deut.29:23).
Huyó Lot de Sodoma antes de su destrucción, avisado por ángeles de Dios. Su mujer al darse vuelta, desobedeciendo el mandato de Dios se convirtió en estatua de sal. Finalmente, Lot tuvo miedo de vivir en Zoar, quizás por ser la única ciudad superviviente, y fue al monte a vivir con sus hijas y habitaron en una cueva.
Ocurre ahí que sus hijas, preocupadas al no encontrar varones en la tierra en la que estaban, con los que asegurar su descendencia, emborracharon a su padre y fornicaron con él, la mayor la primera noche y la menor la segunda, sin que aquel se diese cuenta.
De esa manera, las dos concibieron de su padre y tuvieron descendencia. El primero de lo hijos fue llamado Moab, del hebreo "del padre", que cuya descendencia daría lugar a los llamados moabitas.(Génesis 19:30-38). El segundo fue llamado Ammon, en hebreo "hijo de mi gente". Fue el patriarca de la nación de los amonitas.
III. Indicadores de una deficiente habilidad para relacionarse.
a. Redes inexistentes o unilaterales: Algunas personas no dedican tiempo ni esfuerzo en mantener sus relaciones, creen que no necesitan a nadie y que es mejor estar solo. Quien piensa así está renunciando a una habilidad en la resiliencia: tener amigos.
b. Expectativas desproporcionadas: Las personas amargadas suelen justificar su vida diciendo que ya les han decepcionado antes. Pero rara vez llegan a la conclusión que si alguien les ha decepcionado es producto del exceso de expectativa que ellos han usado en una relación. Una relación que está basada sólo en lo que me dan, me aportan, me entretiene, me confirman, me consuelan está abocada al fracaso.
c. Deficiente capacidad crítica: Tenemos que tener una perfección adecuada no sólo de los demás sino de nosotros mismos también. Estar abierto a las opiniones de los demás cuando estas son positivas es una trampa. Pues al rechazar las opiniones contrarias nos estamos privando de una importante fuente de información sobre nosotros mismos y cómo nos ven los demás.
d. Presuposiciones negativas: Algunas personas confunden el ponerse en el lugar del otro con transigir. Temen que la gente se aproveche de ello si se muestran comprensivos. Siempre se están preguntando: qué se traerá entre manos? Siempre sospechan que los demás hablan mal de ellos.
e. Individualización desmesurada. Vivimos en una sociedad donde la palabra individuo se escribe con mayúsculas. Eso nos obliga a estar siempre tratando de destacar, de llamar la atención, de sobre salir por encima de la media.
IV. Concusiones.
Las personas resilientes se crean a ellas mismas, pero son conscientes de que necesitan las relaciones con los demás. Saben que no son una isla, sino que necesitan estar con la familia, los amigos y el resto de las personas de su medio.
Las personas resilientes apoyan a los demás en sus proyectos, pero sin renunciar a sus sueños. Seguros de su valor personal, ayudan a otros a desarrollar una provechosa autoestima.

Próximo tema: Jeremías; cuando pensamos y sentimos de antemano.

El Reino y la justicia.

Los científicos agnósticos suelen usar el término dios en el contexto de las leyes que rigen el universo. No se trata, evidentemente, de una confesión de fe. Es parte del planteamiento panteísta que muchos de ellos asumen en sus investigaciones científicas. De alguna manera, las leyes y principios universales con los que ellos trabajan, les llevan a hablar de una forma que, superficialmente, podría parecer teísta. El brillante científico Paul Davies, conocido y respetado profesor de física, que ha tenido cátedras en Inglaterra, EE.UU. y Australia, ha realizado, a través de los años, una labor de divulgación de temas científicos en relación especial a los orígenes del universo y las relaciones entre la ciencia y la religión. Desde la publicación en 1983 de su libro “Dios y la nueva física”, en el que sostenía que la ciencia ofrecía un camino más seguro hacia dios que la religión, ha ido evolucionando hacia tesis teístas más cercanas al cristianismo, impresionado por la belleza y complejidad de lo que nosotros llamamos creación y la fiabilidad de la leyes que la rigen. Nos dice que todo, o casi todo, en la naturaleza, tiene explicación y puede ser reproducido, excepto la existencia de las leyes que permiten al científico hacer su trabajo. Todo es posible gracias a las leyes que encontramos inmutables en este nuestro universo y por las cuales “podemos hacer cualquier cosa”. Llamar a estas leyes “dios” no es absurdo, pero evidentemente este dios dista mucho de ser el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo en quien los cristianos creemos. Paul Davies no llega a encontrar verdaderamente a Dios en sus investigaciones, pero lo hace probable y casi necesario. Llega al límite de lo que científicamente se puede alcanzar, dejando el resto a las posibilidades de la mística, que ya cae en el terreno de la metafísica.
Ahora bien, si en todo el universo y a todos los niveles hay unos principios, o leyes inmutables, que lo rigen desde la creación o, en términos científicos, desde el Bing Bang que le dio origen, también los hay en el campo de las relaciones humanas. Y esto es lo que Jesús quiere decirnos cuando nos habla del reino y la justicia de Dios. Hablando en términos cristianos diríamos que, de lo que se trata es de recuperar el orden original de Dios, las leyes y los principios sobre los que se asienta nuestro universo desde la creación. El reino de Dios no es algo ajeno o extraño que nos haya de venir de fuera. Jesús mismo nos dijo que ya estaba entre nosotros. Su presencia es la invitación divina a entrar en el mundo de la reconciliación: del hombre con la tierra, con los hombres, con Dios.
Hay que empezar aceptando el hecho de que cuando Jesús habla del reino, se refiere a los principios o leyes universales que rigen la vida humana. Quizás esto nos sorprenda, ya que hemos espiritualizado tanto el Reino que llega un momento en el que deja de ser lo que Cristo nos dijo que era: el establecimiento de la soberanía de Dios sobre todo. Mejor dicho, el reconocimiento y obediencia a las leyes universales que rigen la existencia humana. Por lo tanto, este reino ha de interpretarse como el orden de Dios; y el nombre de Dios, si así lo quieren los agnósticos y ateos, puede escribirse en minúscula, y asimilarlo a unas leyes impersonales, a pesar de que, al hacerlo así, nos alejamos de la fuente de todas las cosas, incluso de todas las leyes y principios que rigen nuestro universo. Sustituimos el creador por la creación.
Todo esto tiene enormes repercusiones en el campo de las relaciones humanas. Si hemos de encontrar caminos viables para la vida humana, en los que podamos vencer los males que nos aquejan, tales como el hambre en el mundo, la violencia, la injusticia y la opresión, hemos de volver a la obediencia a las leyes que rigen las relaciones humanas. El bien y el mal no son sólo opciones. Apostar por uno o por el otro no es neutro. Si un atentado contra las leyes físicas produce desorden y trae consigo consecuencias negativas, también en el mundo moral y espiritual. Por ejemplo, si no se puede ir contra la ley de la gravedad sin sufrir sus consecuencias, lo mismo sucede a nivel del bien y del mal. Hay un orden de Dios, unos principios morales que rigen nuestra vida humana. No se puede atentar contra ellos sin sufrir las consecuencias.
Estos principios morales que rigen la vida humana han estado allí desde el principio, aunque no los hayamos reconocido plenamente. La carrera humana se ha basado en el principio de los beneficios personales. De alguna manera, a través de los siglos, ha imperado en la conducta humana una especie de ley de la selva en la que todo vale con tal de seguir adelante con los privilegios particulares de cada uno. Ha sido una continua competición en busca de las cosas. Entre las posibilidades que nos ofrece la vida, hemos escogido el egoísmo, a veces disfrazado de moralidad o de religión. Lo que Jesús nos dice es que, naturalmente, hay en la vida un lugar para las cosas. Sin ellas, la vida sería imposible. El clamor de la gente en la montaña donde Jesús predicó su famoso sermón (Mateo 5-7), es totalmente legítimo: “¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Qué vestiremos?” Jesús lo sabe, pero también sabe que el camino para que estas necesidades básicas de la vida estén al alcance todos, no puede empezar con su búsqueda.
El funcionamiento normal de la vida humana ha de empezar buscando este orden. Es el que ha sido diseñado por Dios para nuestra vida. Organizar nuestra vida y nuestra sociedad a partir de estos principios, es lo que nos puede dar plenitud. La solución de los otros problemas, que los hay y son muy importantes, nos vendrá por añadidura. Si en nuestra vida, y en la vida de la sociedad, ponemos, como principios irrenunciables, las leyes del reino de Dios, es decir, los principios morales que, desde siempre, rigen nuestro universo, nos encontraremos con que, por añadidura, se nos resuelven los otros problemas: los de la pobreza, el hambre, la injusticia, la violencia, etc.
Sin embargo, hemos de añadir que, aunque en esta búsqueda de los principios que rigen las relaciones humanas, podemos prescindir del Dios de Jesús, esto no lo haremos sin un gran daño para nuestra persona. Dios, así en mayúscula, como afirma Cristo y lo hacemos los cristianos, está en el origen de nuestro universo físico, moral y espiritual y, marginarlo, significará renunciar a su poder para hacer posible vencer el desorden y caminar de nuevo en el orden de Dios. En el fondo está siempre la exigencia bíblica del arrepentimiento, es decir, de volvernos de nuestros caminos y de nuestros dioses, al Dios y Padre de Jesús de Nazaret. Lo que se nos exige es ajustar nuestra vida, en todos sus niveles, al orden de Dios.
Enric Capó

¿Es la cercanía de la segunda venida de JESÚS nuestro salvador un llamado a dejar los estudios y el trabajo?

Hace poco escuché de una mujer que asiste a una iglesia evangélica de cierta denominación, como lamentaba haber escuchado los consejos de un pastor poco instruido en las Escrituras que insistiendo que la venida del SEÑOR estaba cerca, debía dedicarse al servicio cristiano a tiempo completo dejando sus estudios y su trabajo inclusive.
La mujer tiene un trabajo muy humilde donde no percibe lo suficiente para suplir algunas necesidades, y siempre recuerda aquellos días de su juventud cuando este líder le instó a dejar todo para servir a Dios, de hecho, ella manifestó que estaba arrepentida.
Constantemente escucho de estas cosas, y no puedo dejar de sentir tristeza por los afectados. Es cierto que el tiempo está cerca (1), pero debemos reconocer que la cercanía de los tiempos no define un tiempo específico, puesto que ya hace casi dos mil años que los cristianos en cada generación esperan la segunda venida del SEÑOR. Y esto está bien, porque cada creyente debe anhelar la consumación del Reino de Dios. (1) Apocalipsis 22:20.-
El asunto es que muchas veces estos discursos apocalípticos y adventistas (*) no corresponden con lo que la Biblia contiene y con aquello que ha sido expuesto por siglos. No voy a escribir sobre escatología, sino sobre las implicaciones de una escatología desviada de los lineamientos bíblicos, y para ello deseo hacer algunas observaciones sobre el tema del advenimiento del SEÑOR empezando por una pregunta, ¿Es la cercanía de la segunda venida de JESÚS nuestro salvador un llamado a dejar los estudios y el trabajo? (*) Cuando digo adventista, me refiero a toda denominación evangélica que hace énfasis en el advenimiento en detrimento de otras doctrinas de la Palabra de Dios.
Ya en el pasado grupos que podrían ser catalogados como anomalías históricas, y herederos de los errores y herejías del pasado, como los Testigos de Jehová (Neo – Arrianos), cayeron en el mismo foso que cavaron con su énfasis adventista. Ellos, al igual que otros grupos se han destacado por llamar a sus seguidores a romper de alguna forma con la sociedad a la que están integrados, de manera irracional y desafiante, rechazando las mismas palabras del SEÑOR cuando afirma que no debemos apartarnos absolutamente de los pecadores de este mundo por causa de la necesidad de alcanzarlos para el Reino.
Es una tristeza que algunas iglesias evangélicas estén haciendo lo mismo que hacen las sectas, por esto quiero animar a quienes estén expuestos a esta clase de enseñanza, a que consideren lo que de seguido les quiero compartir sobre la segunda epístola de Pablo a los tesalonicenses.
La segunda carta a los tesalonicenses es una carta de llena de gracia, animo, sed de justicia y teología. Son las palabras que resaltan en mi mente al leer dicha carta, continuación de la primera. En el primer capítulo podemos notar básicamente como la fe y el amor de esta iglesia local crece en medio de duras tribulaciones y persecuciones que soportan.
Es notable que esta iglesia estuviera padeciendo tribulación (2). No quiero ahondar en los demás detalles del primer capitulo, eso lo puede hacer usted amado lector, solo quiero dar lo que considero la idea principal de cada capítulo, y la idea central de la carta. No solo vemos que la iglesia soporta la tribulación a le vez que crece en fe y amor unos para con otros, ¡Que tremendo ejemplo! Sino que además, según vemos en el capítulo dos, una falsa enseñanza había sido introducida en el seno de esta congregación (3) (2) 2 Tesalonicenses 1:4 – 6, (3) 2 Tesalonicenses 2:2.-
Posiblemente por medio de engaños algunos falsificadores habían introducido una enseñanza que les causaba perturbación (4) referente a la segunda venida de JESÚS, ¿Qué podrían estar enseñando? (4) 2 Tesalonicenses 2:2.-
Se infiere que de la primera carta, los hermanos de Tesalónica no comprendieron seguramente lo que significaba “…el día del SEÑOR está cerca…” Y posiblemente algunos mequetrefes estaban enseñando que la venida ya estaba ocurriendo o estaba por ocurrir de inmediato y demandaba dejar de hacer todo cuanto estuvieran haciendo, y prepararse para recibir al SEÑOR tal y como enseñó en sus inicios la secta de los nuevos arrianos, o “Testigos de Jehová”
Pero, ¿Se refería el apóstol a una venida inmediata? Se sabe que esta carta fue escrita entre los años 50 a 55 DC, y por medio de esta aproximación, podemos hacer un cómputo sencillo, ¿Cuántos años han pasado desde esta exhortación? Aproximadamente 1956 años, si esto es así, y sin sacar de contexto y de los límites de la hermenéutica este pasaje, ¿Se puede decir que era una segunda venida inmediata?
No, solo era un llamado piadoso a entender que la venida estaba cerca, era un llamado a velar y orar, pero esto no implicaba perder la integridad de la vida cristiana. Estamos aún esperando el retorno glorioso de nuestro SEÑOR y entendemos que el día y la hora están reservados a la mente de Dios, pero entendemos que la vida en la tierra continúa su peregrinaje.
En el capítulo tres vemos la siguiente exhortación a trabajar precedida por una solicitud a la iglesia de oración para que la Palabra de Dios corriera y fuera glorificada (5) Es interesante notar varias del orden de estos capítulos, para así poder contestar a la pregunta del título de esta breve entrada. ¿Qué aprendemos de todo esto a rasgos generales? 3 Tesalonicenses 3: 1 – 5.-
1.- Una iglesia local no debe dejar de crecer en fe y amor en medio de la tribulación y persecución física que soporta de los enemigos de la fe cristiana, de esta manera el Nombre de nuestro SEÑOR es glorificado en sus santos. (6) (6)1 Tesalonicenses 1:12.-
2.- La persecución puede ser perfeccionada por los ejércitos de Satanás con falsas enseñanzas(7) 2 Tesalonicenses 2:2.- para socavar la fe de una iglesia que siendo perseguida y atribulada persevera en la gracia. Una buena estrategia de Satanás es tratar de introducir falsas doctrinas que perturben la fe de algunos. (7)
3.- Dios usa a sus siervos los maestros de la Palabra de Dios para confirmar los ánimos de las iglesias, para corregir lo deficiente, y tapar la boca de los mentirosos. Vemos como Pablo anima a la iglesia a retener la doctrina, y a no dejarse mover, sacudir violentamente de su forma de pensar, es decir, aquella forma de doctrina enseñada por el apóstol. (8) (8) 2 Tesalonicenses 2: 1 – 12.-
4.- La persecución y los ataques de Satanás a la iglesia del SEÑOR no son jamás una excusa para no trabajar o seguir con nuestra vida normal de testimonio y piedad. Quiero hacer notar que en nuestro país Venezuela hay libertad de religión y de cultos. No hay persecución en el sentido estricto de la palabra en comparación con lo que vemos en la historia de la iglesia y más específicamente con la iglesia de los tesalonicenses, salvo algunos episodios que no quiero mencionar acá.
5.- Los cristianos deben apartarse de aquellos que dicen ser creyentes, pero andan de manera desordenada, no trabajando en nada y entremetiéndose en lo ajeno. (9) Un cristiano que no trabaja es un mal testimonio al mundo que observa a la iglesia. No me refiero a ministros ordenados del Evangelio, que Pablo era uno, y sin embargo trabajaba (10), sino a los jóvenes, hombres y mujeres, y cualquier otro que en Nombre de Dios dejan de laborar y estudiar usando como una excusa para su pereza pecaminosa, el ministerio. (9) 3 Tesalonicenses 3:6, (10) 3 Tesalonicenses 3: 6 – 9.-
Pablo fue el gran apóstol a los gentiles, y ejemplo nos dio: 7Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no anduvimos desordenadamente entre vosotros, 8ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros; 9no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis…” ¿Somos más espirituales o dignos que Pablo?, o ¿Hemos sufrido más que el persecuciones y azotes y necesidad, hambre y sed?
El apóstol se negaba el derecho que tenía de vivir del Evangelio, para dar ejemplo y nunca tuvo una actitud de auto - compasión. ¿Y yo que no soy más que un creyente ordinario en Latinoamérica que vive en un país libre y con ofertas de trabajo de sobra, no voy a trabajar?
Cada cosa tiene su contexto. No estoy negando la necesidad del sostén de los pastores que se dedican de forma exclusiva a orar y enseñar, pero no creo que eso sea bien visto al menos dentro de algunos contextos en nuestra nación, para algunas iglesias nacientes, no es el tiempo, quizá, cuando ya tengan suficiente tamaña o fuerza y sea confirmada la vocación del ministro. No quiero ser mal entendido, ni quiero herir a hermanos que amo y están en la obra a tiempo completo, solo deseo hacer ver algunas cosas que no andan bien.
Usted vaya y haga una encuesta, ¿Qué piensa usted de los pastores evangélicos? Lo primero que dirán muchos será esto: “…son unos flojos y vividores que viajan, se visten y comen con el dinero de las ofrendas de la gente…” Entre otras cosas que no mencionaré en esta entrada. Pablo nos dio ejemplo, solo le pido al amigo lector meditar en ello. Esto me duele, porque amo a los siervos de Dios verdaderos que son afectados por el mal testimonio de los vividores, pero debemos evaluar si es tiempo de hacer algunas modificaciones ministeriales.
No se justifica que jóvenes que tienen cargas familiares, hijos, esposas, o personas bajo su cuidado, pequen contra Dios en nombre de Dios desamparando a estas personas bajo su cuidado, diciendo “Es Corban” (11) Creo con todo mi corazón que aquellos que nos observan glorificarán a Dios no solo al escuchar los sermones, sino al ver nuestra manera de vivir ordenada y esforzada de trabajo y cuidado de los nuestros como buenos administradores. (11) Marcos 7: 6 – 13.-
No escuche a un hombre que usa el púlpito llamándolo a dejar todo por Dios, cuando Dios no le ha pedido tal cosa y muchos menos cuando ese hombre pide a usted lo que nunca en su vida ha hecho. Una correcta visión del Evangelio le enseñará que ya todo cuanto tienes es de Dios y que EL es glorificado en tu vida, no cuando aceptas el desafío manipulador de un “Buscador de talentos evangélico” sino, cuando haces aquello para lo cual has sido llamado por EL, ruego a Dios tengan el discernimiento para entender la diferencia entre el llamado de un hombre, y el llamado de Dios.
Algunos siguen usando la segunda venida, como su discurso favorito para meter a todos los jóvenes que puedan en un seminario o instituto aislándolos del mundo, haciéndolos gente con problemas sociales y problemas de trato con las personas de afuera, haciéndolos aislados, infelices, e hipócritas, creando en sus mentes una sensación de terror sin entender que el SEÑOR jamás quería que los cristianos actuaran de esa forma, antes bien, a pesar de la tribulación, la persecución y su cercana venida, el SEÑOR manda a su Pueblo Escogido a trabajar con esmero y amor, porque lo hace para el mismo Dios dejando correr su fama y gloria para el gozo de los que han de creer.
Se debe rechazar todo discurso de este tipo, que fomente la flojera en nombre de Dios, que fomente la castración de mentes jóvenes y voluntades para hacer lo que un líder sectario único diga que debe hacerse. No todos pueden ser pastores y misioneros, Dios ha llamado a su servicio a hombres y mujeres en diferentes campos que también pertenecen a Su Reino, porque EL es Soberano, así que biólogos, químicos, abogados, profesores, médicos, ingenieros, contadores, administradores, deportistas, siendo hijos, han sido recibidos y llamados a diferentes campos de batalla, etc.
Aquel que diga que no se puede ser cristiano y ser biólogo, o abogado, “…está envanecido, y nada sabe…” de la cosmovisión bíblica de la vida cristiana, e ignora la historia llena de ilustres cristianos que desde su vocación, sea científica, filosófica, o de letras aportaron al mundo destellos de la gloria de Dios y beneficio de la humanidad perdida.
El estudio y el trabajo forman parte de la preparación de cada cristiano. Váyase del lugar donde se enseñe que todos deben ir a un supuesto instituto o un supuesto seminario y dejar de trabajar y estudiar por amor a Dios, porque su venida está cerca, ese lugar está fomentando la ignorancia, porque es la única forma de manipular de manera efectiva a una congregación.
Usted puede decidir seguir en un sitio como ese, o encontrar la verdadera piedad cristiana no basada en doctrinas humanas, sino en la gracia del SEÑOR. Si usted no estudia, no logrará un mejor futuro y sostén para su familia, sino trabaja vivirá el resto de su vida dependiendo de las migajas que le dan del extranjero, o de la misma iglesia en manos del tiranuelo como forma de control, de manera que si despierta a esta verdad, le negarán el sustento y lo volverán a la cárcel mental de donde se, desea salir.
Le animo a obedecer la Palabra de Dios: “…si alguno no quiere trabajar, tampoco coma…” Usted bien puede estar velando y esperando al SEÑOR mientras trabaja y estudia para la gloria de Dios y expansión de su Reino, hasta que tenga la certeza espiritual y bíblica, de cual es su llamado o vocación, ¡así que a sacudir la cabeza y manos a la obra!

Fares Palacios.